Otros de Erasmo en La casa de mi tía

El franquismo convirtió a España en un pueblo menor de edad

Erasmo Quintana

Si queremos recuperar la memoria colectiva y personal lo podemos hacer sin dificultad cuando se trata de aquella amarga experiencia que supuso a la nación española un desgarrador coste de vidas inocentes. El fascismo, en unión con el nazismo, fue un fenómeno que prosperó en el subconsciente de la época. Ésta lo era de analfabetismo bestial y de carencias económicas de todo tipo, porque lo que se estilaba era que quienes estudiaban se trataba de gente adinerada, la única que podía acceder a carreras universitarias. Y el pueblo llano abandonado a su mala suerte.

Los amos de los pueblos de la época eran el alcalde, el cura y el boticario. La propaganda franquista, a guisa de blanquear lo que fue un auténtico infierno de levantamiento de una parte del Ejército contra su propio pueblo consistía en repetir que era -el golpe de Estado- una necesidad, ¡claro que era una necesidad!: la de las clases poderosas que veían con el acceso a los peldaños donde se tomaban las decisiones importantes, también tenían que ver las clases trabajadoras; ¡y hasta ahí podíamos llegar!

El caciquismo se rebeló, y ahí estaba una parte del Ejército para remediarlo. La Guerra Civil del 36 no fue otra cosa. Lo malo de todo, el derramamiento de sangre hermana, una animalada que no tiene parangón. Y bien, ha llovido mucho desde entonces, en que la “inteligencia española” tuvo que emigrar, siendo México con su presidente Cárdenas, el país que la acogió con los brazos abiertos, mientras España -la que sobrevivió- moría de hambre, con los Sanatorios hasta los topes de enfermos del pulmón, así como las cartillas de racionamiento, en una obligada autarquía. Todo esto, por desgracia, nuestras nuevas generaciones no lo conocen, y parece que  algo de lo que quieren es tener su propia experiencia: ello será la causa de que simpatice tanto con el partido Vox. A muchos de nuestros nietos les encanta ese partido ultraderechoso, sin tener en cuenta que son el nazi-fascismo en potencia.

En cuanto al desconocimiento lógico que sufre una parte nada despreciable de nuestra juventud, y por lo que se ve, vivero de una formación fascista, como es Vox, lamentar, por ese desconocer, el peligro cierto si llegaran a gobernar en solitario. Yo me fijo en el rostro de los que se sientan de esta organización en el Parlamento, y son todos lo mismo: sus caras irradian odio, con expresiones de pocos amigos. Casualmente, revisando anaqueles de mis lecturas favoritas, me he encotrado con “Cuadros del penal” del malogrado amigo y compañero, uno de los mejores alcaldes que ha tenido nuestra capital, Juan Rodríguez Doreste. Es una obra que debería conocer esa juventud a la que me he referido, para enriquecer su conocimiento de lo que es una dictadura militar.

A vuelapluma me tropiezo en aquella parte donde el autor se refiere a que pronto se sucedían los Consejos de Guerra Sumarísimos y las madrugadas en que se veían partir a condenados camino de su ejecución. Que por estar el campo de tiro no muy distante, el eco de los disparos repercutían en aquellas lomas negras, siendo motivo de  estremecimiento. Así y todo, pocos presenciaron lo que se podría catalogar como una claudicación o desfallecimiento. Es decir, que harían del honor la mayor entereza, debido a ese rescoldo de orgullo, justo elogio de la dignidad humana.

En más de una ocasión, nuestro inolvidable amigo pasó la noche acompañando a alguien para quien aquella era la última de su existencia. No pudo dormir ni un minuto: tampoco lo pudieron hacer los demás compañeros. Todavía rememoraba la sonrisa de dolorida resignación que se le dibujaba y de crispación desdeñosa y altiva, con que más de uno se despedía de ellos. Los trabajos forzados eran en sí mismos perfectamente inútiles, pues consistían en ir trasladando piedras de un lugar a otro del campo, distantes entre si unos doscientos o trescientos metros, y terminado el acarreo en un sentido, volverlas a llevar al punto de donde habían partido. El trabajo forzado se hacía a hombros de los penados, que soportaban el peso de aquellos bloques de unos quince o veinte kilos, además de sufrir la laceración causada por la rasposa y bronca superficie. Las manos se tornaban llagadas y dolorosas por la cruda aspereza del picón, y todas eran horas del Ángelus.

A todo esto le sumamos la celosa presencia fustigadora de los “cabos de varas” en el paraje de La Isleta y consiguiente traslado de la población penal al Lazareto de Gando. Juan Rodríguez Doreste narra las penas y quebrantos que les produjo la “brigada móvil” y los subterfugios que empleaban para comentar el momento de la guerra que se entablaba únicamente en la Península, utilizando comentarios del compañero que roncaba mucho, de la rata que se había pasado la noche rondando la chabola, todo lo propio del pelotón de castigo. También se ocupa de su entrañable compañero, Felo Monzón Grau-Bassas, animador de las juventudes socialistas, al que los falangistas capturaron a los cuatro o cinco días del Golpe Militar. Lo embarcaron para la prisión tinerfeña de Fyffes, donde pasó algunos meses, y lo trajeron para la vista del proceso a la Cárcel Provincial de Las Palmas, pasando finalmente a Gando. En Fyffes los presos trabajaron en las obras del Aeropuerto militar de Los Rodeos. Felo se ahorraría, por fortuna, la espantosa etapa de las brigadas en La Isleta. Para concluir, todo ello debería ser conocido por nuestras juventudes, que solo pueden ser conscientes de una pequeña parte, y ésta de oídas.