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jueves, 12 de septiembre de 2024 15:01h.

Lecturas de verano y capacidad de carga - por Felipe García Landín

 

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Lecturas de verano y capacidad de carga

Felipe García Landín *

Llegó el verano y los medios de comunicación y las redes sociales se atiborran de consejos de todo tipo para sobrellevar la calufa de estos días. Recomendaciones para conseguir una silueta en consonancia con el estilo playero, sugerencias para una dieta saludable, indicaciones para lucir bañador, pautas para protegerse del sol y, por supuesto, no faltan las inevitables recomendaciones sobre lecturas veraniegas. A los medios de comunicación se suman las editoriales y los influencers inflatius –parece el nombre de un insecto transmisor de enfermedades tropicales– que están en todas partes a todas horas. ¿Qué leer? Esta es la gran pregunta del verano. Como si los habitantes de este planeta en ardentía estuvieran esperando esta época del año para devorar libros. Y saltan los titulares como si llevaran una luz de neón. El verano –dicen– nos da la oportunidad de leer «los 10 libros más refrescantes», «las 15 grandes historias  de la literatura», «los clásicos imprescindibles», «las 20 mejores novelas de este año» o las 100 novedades que nadie se puede perder. Porque –aseguran– es tiempo de ocio, de entregarse al placer de los sentidos y de la lectura. Así que los expertos, conocedores de los gustos de la mayoría lectora, proponen –con un estudiado desenfado– la lectura de novelas, cómics, poesía y hasta ensayo  «para aliviar los calores» de este mes olímpico. La realidad es que no es esta una época para muchas lecturas, pero se empeñan en las recomendaciones. Y bien está, aunque la capacidad de carga lectora tiene un límite, al igual que Canarias con respecto a la afluencia masiva de turismo. 

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Esto de la capacidad de carga me lleva a los sastres que, dicho sea de paso, no sé a ciencia cierta si están en vías de extinción. Y no, no es un oficio exclusivamente masculino, también hay sastras. La pregunta del sastre al tomar las medidadas del cliente –¿Hacia qué lado carga usted? – era, y debe seguir siendo, crucial para la comodidad del trajeado a la hora de caminar cómoda y holgadamente. Leo en Expansión un artículo de hace ocho años, firmado por Vali Sámano, que asegura que en España el 80% de los varones es de izquierdas, cosa que nadie afirmaría fuera de una sastrería. Parece ser que casi todo el mundo lleva un testículo más grande que otro, de ahí la pertinente pregunta sobre la carga. El sastre, al tomar las medidas, tendrá en cuenta esto para evitar incomodidades y dolores porque, si el pantalón está mal hecho, a los individuos se les pone un dolor que empieza en la entrepierna, escala por la espalda, llega al hombro, sigue por la nuca y se quedan bailando el san Vito. Vamos, que se quedan destartalados. El cuento, viejo y manido, venía a decir algo así como que un muchacho al salir de la sastrería luciendo traje nuevo parecía cojo y jorobado. Al verlo, dos que pasaban por allí comentan: Chacho, el sastre es un artista. Con lo desproporcionado que está el individuo y qué bien le queda el traje. En fin, que hay que tener en cuenta la capacidad de carga si se quiere evitar efectos desgraciados sobre el cuerpo, o sobre el territorio. Las personas que ejercen la sastrería están hechos de un paño especial. El inglés Charles Lamb  escribió en el siglo XVIII un breve ensayo Sobre la melancolía de los sastres y nos dejó algunas características que los definen. Da igual si son ingleses, mongoles, franceses, mexicanos, italianos o zulúes. Todos tienen una «sospechosa gravedad» en el andar que ni siquiera el pavo real posee. Son reservados, no se mezclan con el populacho, no son ruidosos y, observa Lamb, que es imposible encontrar «un sastre alegre y revoltoso». La novela de John Le Carré, El sastre de Panamá, deja constancia de esto aunque  el personaje Harry Pendel sea un farsante. En la película El Sastre de la Mafia el protagonista hace gala de eso que los británicos llaman flema, que no es otra cosa que mostrar en público serenidad, frialdad, templanza y seguridad en sí mismo. Así es el carácter del sastre granadino de la inquietante y perturbadora Caníbal dirigida por Manuel Martín Cuenca. Llegados a este punto, hay que añadir una obviedad. Hay, como en todos los oficios, sastres buenos y, los menos, sastres incompetentes e irresponsables como el del cuento. Ya lo dice el dicho: Quien no hace y deshace no es buen sastre. Hay otro que resalta lo elevadas que salen las facturas de la sastrería: Cuenta de sastre, desastre. Todo esto me recuerda a los políticos que se hacen profesionales de la cosa y se dedican a cortar y coser trajes; aunque, como en el cuento, tomen mal las medidas y al final nos queden unas islas hechas manga por hombro, como es el caso de nuestro Archipiélago. Una manga más larga que otra, las hombreras desarregladas, la entrepierna trastocada, el largo del pantalón corto. Pero, eso sí, con un traje de calidad extraordinaria y por encima de nuestras posibilidades. Desde un Circuito del Motor, un mundial de fútbol, campos de golf con vistas, tren de alta velocidad, una central hidroeléctrica reversible en la entrepierna... Cojean las islas con los salarios más bajos de España, sin oferta de vivienda pública, alquileres desorbitados, la educación y la sanidad de aquella manera, con un enorme déficit en plazas sociosanitarias y con la joroba del 34% de la población en el umbral de la pobreza o exclusión social... Y el mismo final del cuento: Con lo desproporcionado que está el individuo y qué bien le queda el traje. «Detrás de un patriota hay siempre un comerciante», escribió José Bergamín. Y se podría añadir que  detrás de un comerciante hay un sastre, aunque hoy en día lo que se lleva es el prêt-à-porter.

Es evidente que este calor canicular me ha afectado porque se me fue el baifo. Leer siempre es un placer y en verano más. A la orilla de la playa bajo una una sombrilla o en casa, en compañía de la música preferida y una bebida refrescante, tiene su aquel. Entrar en una biblioteca o en una librería con el aire acondicionado, hojear libros; dejarse llevar por la intuición o los gustos propios, a la hora de elegir una lectura, es un gusto que hace más llevadero este tiempo. Y olvídense de los sastres. Estamos en rebajas y es verano. Pantalones cortos y holgados, en cholas y con visera.

     

FELIPE GARCÍA LANDÍN * Gracias a FELIPE GARCÍA LANDÍN
 * Gracias a FELIPE GARCÍA LANDÍN

                                                

 

 

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