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domingo, 06 de octubre de 2024 09:50h.

Por qué las grandes ciudades no sobrevivirán al siglo XXI - por William E. Rees

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Federico Aguilera Klink y Chema Tante recomiendan este tan valioso documento

Por qué las grandes ciudades no sobrevivirán al siglo XXI - por William E. Rees 

 

Introducción: Puesta en escena

Ilusiones compartidas construidas socialmente

La vida secreta de las ciudades 

Recuadro 1 Leyes y conceptos físicos fundamentales 5 Las ciudades y las leyes básicas de la naturaleza 6 Las ciudades per se son intrínsecamente insostenibles 8 El verdadero ecosistema humano urbano 9 La amenaza existencial de las ciudades 10 El enigma del cambio climático y la energía 12 Oportunidad perdida: ¿Podemos seguir viviendo en un solo planeta? 16 La economía como nicho ecológico 17 “One Planet” Ecociudades y biorregiones 19 Reflexiones finales 22 Referencias 23 

Introducción: Puesta en escena 

La población de la mayor ciudad del mundo, la metrópoli de Tokio, estaba cerca de su máximo histórico, con 37,3 millones de habitantes en 2021. Esto equivale aproximadamente a la población de Canadá, geográficamente el segundo país más grande de la Tierra. Se trata de una población realmente extraordinaria para una sola ciudad, pero los analistas prevén que pronto será superada por varias megaciudades del mundo en desarrollo; en 2050, la mayor megalópolis será Bombay, con 42,4 millones; en 2100 Lagos se llevará el premio a la población, con 88,3 millones, y se prevé que otras nueve megaciudades de países en desarrollo superen los 50 millones de habitantes a finales de siglo (Hoornweg y Pope 2016). 

En general, la urbanización se está acelerando. La mitad de la población mundial vive en ciudades y pueblos desde 2007; en 2018, más de 4100 millones de personas, es decir, el 55% de la población total, vivía en ciudades, y la ONU prevé que esta proporción aumente hasta el 68% en 2050. La migración del campo a la ciudad, combinada con el crecimiento general de la población, podría añadir otros 2.500 millones de personas a las ciudades del mundo en 2050 (un aumento del 61%). El 90% de este aumento se producirá en ciudades asiáticas y africanas en 

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desarrollo (ONU 2018), ya que la población mundial se disparará hasta los 9.700 millones en 2050, camino de alcanzar quizás los 11.000 millones en 2100 (ONU 2019). 

O quizá no. 

Las proyecciones de población suelen hacerse manipulando datos puramente demográficos -población actual, distribución por edades, tasas de fecundidad y mortalidad por edades, migración neta- como si no existiera un "medio ambiente". Este enfoque sólo puede tener éxito cuando no ocurre nada que afecte a las variables demográficas clave. Por ejemplo, durante el último medio siglo de crecimiento continuo y creciente prosperidad económica en gran parte del mundo, las previsiones de población de la ONU han sido bastante precisas y han mejorado con el aumento de la fiabilidad de los datos. 

Pero las próximas décadas no se parecerán en nada al pasado reciente. La empresa humana se encuentra ahora en un estado de sobrepasamiento (overshoot) ecológico avanzado (Rees 2020). El Sobrepasamiento (Overshoot) Ecológico (en lo sucesivo, "EO") se produce cuando el consumo de biorecursos y la producción de residuos superan las capacidades de regeneración y asimilación, respectivamente, de los ecosistemas de apoyo. Cuando estamos en EO, sólo podemos seguir creciendo si agotamos el capital natural esencial y sobrecargamos las funciones de soporte vital de la ecosfera, incluido el sistema climático, es decir, si destruimos la base biofísica de nuestra propia existencia. 

Y eso es precisamente lo que estamos haciendo. La Red de la Huella Global (GFN, por sus siglas en inglés) vigila la aparición anual del "Día del Sobrepasamiento (overshoot) de la Tierra", la fecha del año en la que la demanda de recursos ecológicos por parte de la humanidad supera el presupuesto (oferta) de la naturaleza para ese año (GFN 2021a). Cada año, el Día del sobrepasamiento (overshoot) tiene lugar un poco antes, a medida que aumenta la demanda y disminuye la producción ecológica con la aceleración de la degradación de los ecosistemas: en 2021, cayó el 29 de julio. Recordemos que la diferencia entre la oferta y la demanda sólo puede compensarse agotando las reservas de capital natural restantes (poblaciones de peces, bosques, materia orgánica y nutrientes del suelo, aguas subterráneas, etc.), - que tardaron miles de años en acumularse en la naturaleza, y llenando en exceso los sumideros de residuos naturales. (Incluso el cambio climático es una cuestión de gestión de residuos -el CO2 es el mayor residuo en peso de las economías industriales). 

EO significa que la humanidad está corriendo un deficit ecológico, un deficit energético y material mucho más importante que los deficits escalares que preocupan a los políticos. Sin embargo, la mayoría de los políticos, al igual que sus constituyentes, nunca han oído hablar del sobrepasamiento (overshoot). En cambio, 

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el interés popular oscila con la atención de los medios de comunicación entre sus diversos síntomas -el cambio climático, la caída en picado de la biodiversidad, la contaminación por plásticos de los océanos, la degradación del paisaje y del suelo, la deforestación tropical, la pandemia de SARS-CoV-2- sin conectar los puntos. Incluso cuando los comentaristas hablan de la necesidad de "soluciones múltiples" suelen referirse a esfuerzos coordinados para luchar contra los diversos efectos (olas de calor intensas, sequías prolongadas, tormentas cada vez más violentas, incendios forestales sin precedentes, aumento del nivel del mar, aceleración de la desaparición de los bosques, etc.) de un solo fenómeno inducido por el hombre, el cambio climático. 

Reconocer el EO es importante porque es el metaproblema último, la causa próxima subyacente de todos los demás problemas asociados al atolladero ecológico de la humanidad. La pérdida de biodiversidad, la contaminación del aire, la tierra y el agua, el cambio climático, la inminente escasez de recursos... elija el problema que prefiera... todos son consecuencia de la OE, de que demasiadas personas consumen energía y materiales en exceso y contaminan en exceso los ecosistemas que les sirven de apoyo. No podemos "resolver" ningún síntoma importante de la OE, incluido el cambio climático, de forma aislada. Por el contrario, si abordáramos el cambio climático directamente, trataríamos todos sus síntomas a la vez. 

Pero aquí está el problema: por definición, la única forma de "abordar" el cambio climático es mediante reducciones absolutas significativas del consumo de energía/materiales y del número de seres humanos. 

Lo que nos lleva de nuevo a las proyecciones demográficas, la urbanización y el futuro de las ciudades. 

La mayoría de los gobiernos nacionales y organizaciones internacionales ven el futuro como una extensión tecnológicamente más avanzada y socialmente más inclusiva del pasado reciente. Reconocen los problemas medioambientales, por supuesto, pero de nuevo la atención se centra en el cambio climático. Por ejemplo, el Objetivo de Desarrollo Sostenible n.º 11 de las Naciones Unidas pretende "lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles", entre otras cosas, "aumentando sustancialmente el número de ciudades y asentamientos humanos que adoptan y aplican políticas y planes integrados para la inclusión, la eficiencia en el uso de los recursos, la mitigación del cambio climático y la adaptación al mismo [y] la resiliencia ante los desastres" (ONU s.f.). Del mismo modo, la Red de Ciudades C40, una asociación de 100 de las principales ciudades del mundo, está "trabajando para adoptar las medidas urgentes que se necesitan ahora mismo para hacer frente a la crisis climática y crear un futuro en el que todos, en todas partes, puedan prosperar". Los alcaldes de las ciudades C40 "se han comprometido a utilizar un enfoque basado en la ciencia y 

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centrado en las personas para ayudar al mundo a limitar el calentamiento global a 1,5 C y construir comunidades sanas, equitativas y resilientes" (C40 Cities 2021). 

En resumen, ni la ONU, ni la red C40 ni otras organizaciones similares reconocen el sobrepasamiento (overshoot) -el consumo excesivo y la superpoblación- y la posibilidad de que se produzca una escasez significativa de recursos y un colapso generalizado de los sistemas. La sociedad tecnoindustrial moderna irradia confianza en la capacidad del ingenio humano y la tecnología para superar la crisis ecológica, sea cual sea su definición actual. ¿El cambio climático es una amenaza existencial? No hay que preocuparse: el futuro de la humanidad depende de la creencia de que la transición a la electricidad eólica, solar y de hidrógeno permitirá una transición suave a una economía sin emisiones de carbono, allanando el camino hacia un futuro abundantemente seguro y sostenible. 

Ilusiones compartidas construidas socialmente 

Lo que los ciudadanos de a pie no aprecian es que los seres humanos "estructuran socialmente" sus propias realidades, o más bien sus percepciones de la realidad. Prácticamente todo lo que creemos "saber" -ideologías políticas, creencias religiosas, paradigmas disciplinarios, normas culturales e incluso verdades científicas- son productos de la mente humana, concebidos en palabras y transformados en sabiduría recibida a través del discurso social entre los participantes en el ejercicio, ya sean aldeanos, sacerdotes o científicos. Las dos cosas más importantes que hay que tener en cuenta sobre cualquier construcción social son que: (1) puede o no contener un "mapa" preciso de cualquier parte de la realidad biofísica que pretenda representar y (2) precisas o no, las personas viven a partir de sus percepciones construidas como si fueran reales. 

¿Por qué plantear esta cuestión aquí? Porque plantea la posibilidad de que la corriente dominante entienda el crecimiento económico/poblacional y sus implicaciones para la urbanización/ciudades como algo fatal. Hay que tener en cuenta que la construcción social más importante relacionada con el desarrollo en el mundo actual es la economía neoliberal orientada al crecimiento. Prácticamente todos los gobiernos locales y de alto nivel son esclavos del mito del crecimiento económico infinito posibilitado por el desarrollo tecnológico continuo. Esta narrativa socialmente construida ha dado lugar a la convicción de que el cambio climático (recordemos que el rebasamiento no forma parte del debate) puede resolverse mediante el ingenio humano -nuevas tecnologías- y, por tanto, no es un impedimento para mantener el statu quo. El problema es que los modelos económicos neoliberales no contienen ninguna información útil sobre la compleja estructura y la dinámica de comportamiento de los ecosistemas e incluso de los sistemas sociales con los que interactúa la economía en el mundo real. Se trata de un fallo crucial. La primera ley de la cibernética (regulación de sistemas) afirma que, 

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si queremos mantener el control, la variedad o complejidad interna de nuestro sistema de gestión debe ser al menos igual a la variedad/complejidad del sistema que se gestiona. Dados nuestros vacuos modelos económicos, no debería sorprendernos que la ecosfera esté cada vez más agitada y que las noticias de la noche muestren con frecuencia historias de creciente agitación sociopolítica. La teoría neoliberal ya se está tambaleando; las construcciones políticas y económicas dominantes son totalmente incompetentes para guiar el futuro desarrollo de la empresa humana. En este sentido, el propósito de este artículo es triple: en primer lugar, describo dos dimensiones de la realidad biofísica urbana que no aparecen en el pensamiento dominante, pero que son esenciales para comprender las perspectivas de las ciudades en el siglo XXI. En segundo lugar, exploro lo que la inclusión de estos elementos implica para la futura urbanización y el futuro de las ciudades existentes en el contexto del cambio climático y la (no) transición a las energías renovables y, en tercer lugar, esbozo un modelo de asentamiento alternativo que se ajuste a la realidad biofísica. Este análisis y este "reajuste" perceptivo son suficientes tanto para explicar por qué las grandes ciudades y las megaciudades quizá no sobrevivan al siglo XXI como para estimular la búsqueda de alternativas coherentes con la vida en un solo planeta. 

La vida secreta de las ciudades 

Las ciudades son muchas cosas; algunos las conciben como concentraciones de personas hacinadas en zonas dominadas por el "entorno construido" (las zonas urbanas constituyen actualmente el principal hábitat del H. sapiens). Para otros, las ciudades son motores de crecimiento económico, centros de comercio, sedes de gobierno, sedes de grandes universidades y manantiales de arte y cultura. Las ciudades son, en efecto, todas estas cosas a la vez, pero falta algo. No son muchos los urbanistas, ni siquiera los estudiosos del urbanismo, que piensan en las ciudades como entidades biofísicas sujetas a las mismas leyes y limitaciones naturales que el resto de sistemas vivos complejos. Se trata de un grave defecto. La capacidad de las ciudades para funcionar en sus múltiples formas depende totalmente de la integridad de sus relaciones biofísicas. De hecho, el estado y el destino de las ciudades modernas pueden venir determinados tanto por la ley de conservación de la materia y las leyes de la termodinámica como por las condiciones económicas, sociales o políticas (véase el recuadro 1). 

Recuadro 1 Leyes y conceptos físicos fundamentales 

- La ley de conservación de la masa establece que la materia no se crea ni se destruye. Por ejemplo, la masa (peso) de las sustancias que reaccionan al principio de una reacción química es exactamente igual a la masa de los nuevos compuestos al final de la reacción. Todo lo que entra sale, aunque modificado.


 

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- La primera ley de la termodinámica es una reformulación de la ley de conservación de la energía: la energía no se crea ni se destruye. Por lo tanto, la energía puede transformarse de una forma "disponible" (por ejemplo, la energía química de la gasolina) en trabajo útil (por ejemplo, energía cinética). útil (por ejemplo, la energía cinética del vehículo en movimiento) más una forma degradada inútil (por ejemplo, el calor irradiado por el motor o disipado en el tubo de escape), pero la cantidad total de energía permanece constante. 

- La segunda ley de la termodinámica dicta que, con cualquier cambio en un sistema aislado, la entropía (desorden, aleatoriedad) del sistema siempre aumenta. De hecho, cualquier proceso real aumenta la entropía del universo. La segunda ley también implica que ninguna transformación de energía/material (por ejemplo, energía química en trabajo útil) puede ser 100% efi ciente. Siempre se pierde algo de energía en forma de calor de bajo grado; la materia se "oxida", se desmorona y se desintegra. La entropía aumenta.


 

Las ciudades y las leyes básicas de la naturaleza 

¿Ha oído alguna vez decir que su ciudad es una "estructura disipativa"? Probablemente no. Es un término que sólo se aplicaría si se describiera una ciudad desde la perspectiva de la segunda ley de la termodinámica. La segunda ley establece que cualquier cambio espontáneo en el estado de un sistema aislado (incapaz de intercambiar energía o materia con su entorno) aumenta la "entropía" de ese sistema. Esto significa que el sistema se vuelve más desordenado: pierde estructura y potencial, las concentraciones se dispersan, la energía disponible se degrada y se disipa en forma de calor de bajo grado. Por tanto, en un sistema aislado, cada acontecimiento sucesivo lo acerca a un estado de entropía local máxima. Se trata de un estado de equilibrio termodinámico en el que ya no es posible ningún cambio. En el caso extremo, se pierde toda forma y función; la materia se dispersaría aleatoriamente; ningún punto del "sistema" se distinguiría de otro. Por supuesto, no todos los sistemas dinámicos están aislados; es posible que se produzcan intercambios con su entorno. Pensemos primero en el cuerpo humano. Al igual que otros sistemas complejos, nuestro yo físico está sujeto a la decadencia entrópica; nos desgastamos continuamente según los dictados de la segunda ley. Sin embargo, los sistemas vivos se caracterizan por procesos metabólicos que parecen desafiar la ley de la entropía. El cuerpo humano es un sistema "autopoiético" o autoproductor de subsistemas exquisitamente estructurado para realizar numerosas funciones biológicas y sociales simultáneamente sin agotarse. Esto se debe a que los cuerpos sanos son sistemas abiertos, capaces de producir y mantenerse a sí mismos en un estado estacionario lejos del equilibrio mediante la importación de material rico en energía altamente estructurado (lo llamamos "alimento") de su entorno. Utilizamos una parte de esta energía/materia 

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importada para repararnos y crecer (autoproducción), pero "disipamos" la mayor parte al medio ambiente en forma de residuos corporales y energía térmica de baja calidad. Consideremos ahora "la ciudad". En muchos aspectos, cada ciudad es un superorganismo complejo, altamente estructurado y multifuncional. De hecho, varios subsistemas urbanos -agua y alcantarillado, eliminación de residuos sólidos, electricidad y comunicaciones, calles y carreteras, transporte interurbano, etc.- son directamente análogos a otros similares desde el punto de vista funcional. - son directamente análogos a sistemas orgánicos humanos funcionalmente similares. Las ciudades también están sujetas a la erosión de la segunda ley pero, al igual que nuestros cuerpos, son sistemas abiertos mantenidos por un proceso metabólico compuesto que es incluso más complejo que el nuestro. Además de las demandas metabólicas colectivas de sus habitantes humanos, las ciudades tienen un metabolismo industrial. Para crecer o simplemente mantenerse en un estado operativo que funciona sin problemas lejos del equilibrio, las ciudades deben importar grandes cantidades de energía/materia de baja entropía. Esto incluye todos los alimentos y el fiber para satisfacer las necesidades biológicas de sus habitantes, además de toda la energía fósil y eléctrica, y todas las materias primas, productos manufacturados y equipos necesarios para construir y mantener el entorno construido y la infraestructura de apoyo. A esto hay que añadir los recursos energéticos y materiales incorporados en los electrodomésticos, herramientas, aparatos electrónicos, juguetes y otros artefactos de la sociedad de consumo moderna. Una de las consecuencias de producirse a sí mismas es que las ciudades generan necesariamente cantidades prodigiosas de residuos materiales y energía térmica de baja calidad, todo lo cual se "exporta" -disipa- a su entorno. No debería sorprender que las ciudades sean responsables del 60-70% del consumo mundial de materiales, que se espera que aumente de 40.000 millones de toneladas en 2010 a 90.000 millones de toneladas en 2050 (IRP 2018). También registran hasta el 80% del consumo mundial de energía y el 70% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). De hecho, las ciudades son el arquetipo de las "estructuras disipativas". Por supuesto, no todas las ciudades son termodinámicamente iguales. La energía y los recursos de alta calidad (negentropía) son caros. Por tanto, las ciudades consumidoras ricas pueden permitirse los costes de mantenimiento para mantener a raya la entropía material a nivel local, mientras exportan sus residuos de segunda ley a las zonas rurales y a los bienes comunes globales. Por el contrario, los edificios en ruinas, las infraestructuras deterioradas y la miseria general de las ciudades empobrecidas son testigos del implacable efecto corrosivo de la segunda ley cuando no se puede tapar constantemente. Estas pruebas del funcionamiento de la ley de la entropía reflejan con precisión la enorme diferencia de riqueza/ingresos entre las ciudades ricas y pobres (y, para el caso, entre los barrios ricos y pobres dentro de las ciudades). Sin embargo, hay que tener en cuenta que, a pesar de su brillante esplendor, las ciudades de renta alta imponen una carga entrópica per cápita a la ecoesfera mucho mayor que las ciudades de renta baja. Los extremos de consumo implican extremos de disipación entrópica. En resumen, las ciudades prosperan y crecen extrayendo negentropía (energía y recursos de alta calidad) de 

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sus entornos y exportando entropía (calor de baja calidad y residuos inútiles) de vuelta a esos mismos entornos, es decir, a la ecosfera. 

Sin embargo, dado que ninguna transformación energética se acerca al 100% de eficiencia, el precio de cualquier incremento del crecimiento urbano, o incluso de su simple mantenimiento, es un aumento mucho mayor del desorden entrópico de la ecosfera. De hecho, la ley de conservación de la masa y la primera ley de la termodinámica (conservación de la energía) garantizan que el 100% de los insumos energéticos/materiales importados para mantener o ampliar la ciudad acaben incorporándose al flujo de residuos entrópicos. 

En pocas palabras, un poco de orden aquí (la ciudad) significa mucho más desorden allá (en el resto de la ecosfera). Todo esto sugiere otra analogía. Podemos definir un parásito como cualquier organismo que obtiene su vitalidad a expensas de la vitalidad de su huésped. De la anterior descripción del metabolismo urbano debería desprenderse que las ciudades, tal y como se conciben actualmente, existen en una relación potencialmente parasitaria con el resto de la ecosfera (Rees 2021). 

Las ciudades per se son intrínsecamente insostenibles 

Las ciudades suelen percibirse como ganadores productivos -potencias económicas, fuentes de creación cultural, etc.- y, en un sentido estrictamente antropocéntrico, lo son. - y en un sentido estrictamente antropocéntrico lo son. Sin embargo, hemos demostrado que, desde una perspectiva biofísica, todos los procesos económicos, eventos culturales y otras actividades urbanas son principalmente consumistas. Esto nos lleva a preguntarnos: si las ciudades son sobre todo consumo, ¿quién o qué produce? La respuesta corta: los ecosistemas que constituyen el resto de la ecosfera. Las propias ciudades se denominan a veces ecosistemas, pero no lo son en absoluto. Los ecosistemas completos incluyen (1) organismos productores (principalmente plantas verdes); (2) macroconsumidores (principalmente animales pluricelulares, incluidos los humanos); y (3) microconsumidores (bacterias y hongos). Las plantas verdes se autoproducen utilizando energía solar extraplanetaria para ensamblar biomasa a partir de dióxido de carbono, agua y trazas de nutrientes. Los macroconsumidores se autoproducen consumiendo plantas u otros macroconsumidores y los microconsumidores se autoproducen descomponiendo los cuerpos de plantas y animales y devolviendo nutrientes al suelo para que el ciclo se repita continuamente. En resumen, los ecosistemas completos son sistemas cuasi independientes exquisitamente complejos que pueden mantenerse a sí mismos y prosperar "lejos del equilibrio" indefinidamente transformando y reciclando continuamente la materia y asimilando y disipando la energía solar. El calor residual resultante se irradia fuera del planeta, lo que aumenta la entropía del universo. Por el contrario, las ciudades están 

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dominadas por una única especie macroconsumidora, sus habitantes humanos. No hay suficientes productores y descomponedores para mantener el sistema, sobre todo si tenemos en cuenta el metabolismo industrial de las ciudades. Las ciudades y sus poblaciones humanas sólo pueden mantenerse "lejos del equilibrio" asimilando y disipando biomasa (alimentos y fibra), combustibles fósiles y recursos materiales importados de sus "entornos" extraurbanos. Irradian" los residuos resultantes (contaminación) de vuelta a esos entornos, aumentando así la entropía de la ecosfera. Está claro que las ciudades per se son intrínsecamente insostenibles. Encerrada en una campana de cristal impermeable (es decir, incapaz de intercambiar con su entorno), cualquier ciudad se moriría de hambre y se asfixiaría en sus propios excrementos entrópicos en un descenso inexorable hacia el equilibrio termodinámico. 

El verdadero ecosistema humano urbano 

A menudo oímos que las ciudades ocupan sólo el 2-3% de la superficie terrestre. En términos ecológicos, estas estimaciones carecen de sentido, ya que sólo tienen en cuenta las tierras edificadas, en su mayoría sin vida, ocupadas físicamente por asentamientos humanos. Un enfoque más pertinente sería preguntarse "¿qué superficie de ecosistemas productivos es necesaria para mantener a una población urbana determinada con un nivel de vida material especificado?". La respuesta a esta pregunta, combinada con el suelo edificado, constituiría la superficie del ecosistema de facto, funcionalmente completo, de esa población urbana. 

Podemos estimar esta superficie utilizando el análisis de la huella ecológica (EFA). La huella ecológica (FE) de cualquier población estudiada -desde un individuo hasta una nación entera- se define como: 

la superficie de tierra productiva y ecosistemas acuáticos requeridos, de forma continua por esa población, para producir los biorecursos que la población consume y para asimilar sus residuos de carbono. 

Numerosos estudios han demostrado que la huella ecológica humana per cápita oscila entre más de 10 hectáreas (hag) en los países ricos y tan sólo medio hag en los países más pobres. Los países de Europa occidental suelen tener FE de 4-5 hag/habitante; los canadienses y estadounidenses "disfrutan" de FE de ~8,1 hag; la FE per cápita media de Japón es de 4,6 hag (véase GFN 2021b). A partir de estos datos, podemos demostrar fácilmente que las huellas ecológicas de las ciudades son enormes. 

De hecho, los FE de las ciudades de los países ricos pueden ser 100 o más -incluso 1.000- veces superiores al tamaño de sus áreas geográficas (Warren-Rhodes y Koenig 2001). Pensemos en el área metropolitana de Tokio: con una población de 

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37,3 millones de personas (aproximadamente el 30% de la población nacional de Japón) y un FE per cápita de 4,6 hag, la huella ecológica total del área metropolitana de Tokio es de aproximadamente 171.580.000 hag. 

Esta cifra es 127 veces mayor que el área metropolitana de la ciudad, de 1.350.000 ha. Y lo que es más revelador, la biocapacidad nacional de Japón es de sólo ~75.600.000 hag, por lo que la EF de Tokio por sí sola es 2,3 veces mayor que toda la superficie productiva del país. Los habitantes de Tokio gestionan un enorme eco-deficit; viven, en gran parte, de las capacidades productivas y de asimilación de los ecosistemas de países lejanos y de los bienes comunes globales. El deficit de Tokio es tan grande que Japón no podría mantener a la población de su capital nacional con los estándares materiales actuales si el país quedara aislado del resto del mundo. Vale la pena señalar de paso que la humanidad en su conjunto está sufriendo un enorme deficit ecológico pero, a diferencia de Tokio o Japón, no puede cubrirlo mediante el comercio o los flujos de materiales naturales. 

En cambio, podemos suspender (sólo temporalmente) la empresa humana lejos del equilibrio, agotando ecosistemas vitales, destruyendo especies no humanas y socavando los sistemas globales de soporte vital. Tales son las consecuencias del rebasamiento. Además, aunque los resultados de la EF puedan parecer aterradoramente extremos, suelen ser subestimaciones por varias razones técnicas. Por ejemplo, si los conjuntos de datos son contradictorios, los analistas suelen utilizar las cifras más conservadoras; no todos los flujos de residuos se incluyen en el EF; y el método estima las áreas de los ecosistemas en uso, pero no si dicho uso de la tierra/agua es sostenible (es decir, el EFA no tiene en cuenta la degradación de los ecosistemas ni la sobreexplotación). 

Conclusión: Las ciudades pueden ser el lugar donde "vive" la mayoría de la gente, pero las zonas edificadas constituyen menos del 1% del ecosistema urbano humano funcional. Cada ciudad es un nodo compacto de intenso consumo y disipación de energía/materia (es decir, contaminación); el componente productivo y asimilador del ecosistema urbano, mucho mayor y posiblemente más importante, es el interior rural de la ciudad, la huella ecológica agregada globalmente dispersa de sus habitantes humanos. La globalización y el comercio han aislado espacial y psicológicamente a los urbanitas de los ecosistemas que los sustentan. Pero lo cierto es que ninguna ciudad podría sobrevivir sin ecosistemas distantes que la sustenten. (Por el contrario, estos últimos prosperarían espléndidamente en ausencia de ciudades). 

La amenaza existencial de las ciudades 

Las ciudades y megaciudades modernas existen porque pueden. Nadie se sentó a planificar un Nueva York metropolitano de 18 millones de habitantes, un Shangai de 

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28 millones o un Tokio de 37 millones. Éstas y otras ciudades similares son auténticos "fenómenos emergentes" de la era tecno-industrial moderna, manifestaciones del crecimiento explotador de la humanidad en los dos últimos siglos. Pasaron más de 300.000 años antes de que la población humana alcanzara su primer billón a principios del siglo XIX. Luego, en sólo 200 años, menos de 1/1500 de ese tiempo, la humanidad se multiplicó por siete y superará los 8.000 millones en 2023. Este breve periodo de crecimiento y urbanización continuos, que los economistas, los políticos y muchos ciudadanos de a pie consideran la norma, es en realidad el periodo más anómalo de la historia de la humanidad. Es un hecho poco conocido pero crucial que esta anomalía explosiva fue posible gracias a los combustibles fósiles. Los combustibles fósiles (FF) son una fuente prodigiosa de "negentropía", de potencial y posibilidades. Otros factores, en particular la mejora de la salud pública y la longevidad, contribuyeron a ello. Sin embargo, es la energía fósil la que ha hecho posible el mundo moderno. Las ciudades modernas y las megaciudades en particular son los productos más espectaculares de la FF. Como ya se ha argumentado, la abundancia de energía barata era -y sigue siendo necesaria no sólo para "construir" nuestras ciudades, sino también para suministrarles todos los alimentos, bienes de consumo y materiales de baja entropía necesarios para defender la infraestructura urbana contra el funcionamiento corrosivo de la segunda ley. Pensemos que los combustibles fósiles y los insumos derivados del petróleo (pesticidas, fertilizantes, etc.) inyectan diez veces más energía en la agricultura y el procesado de alimentos que la fotosíntesis, por lo que son cruciales para la producción de alimentos. El ruido casi ensordecedor de excavadoras, hormigoneras, volquetes y herramientas eléctricas de todo tipo, mezclado con el ruido de la carretera generado por los vehículos de reparto y de pasajeros, es el sonido de la energía bruta -principalmente FF- trabajando (y disipándose permanentemente). Como las ciudades son agujeros negros de consumo, todo lo que es esencial para su crecimiento y mantenimiento -incluida toda esa energía bruta- tiene que traerse del interior de la EF global de las ciudades. Por tanto, las ciudades dependen para sobrevivir de las redes de transporte marítimo, aéreo y por carretera, tanto nacionales como mundiales, que representan casi el 20 % de la demanda energética final, la mayor parte de la cual procede de combustibles fósiles (véase Friedemann 2016). Los automóviles de pasajeros son los mayores consumidores de energía, con un 59% de la energía del transporte. El transporte de mercancías por carretera representa otro 27%, en gran parte para dar servicio a las ciudades. En Estados Unidos, por ejemplo, más del 80% de las ciudades se abastecen únicamente de camiones; los camiones pesados diésel de clase 8 transportan el 70% de la carga del país. El transporte aéreo, ferroviario y marítimo también contribuyen significativamente, con un 7%, 2% y 2% de la energía del transporte, respectivamente. 

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El enigma del cambio climático y la energía 

La profunda dependencia de las ciudades de los combustibles fósiles plantea varias cuestiones relacionadas con el futuro de la urbanización y la vida urbana. En primer lugar, la expansión de la empresa humana impulsada por los combustibles fósiles nos ha llevado a un sobrepasamiento (overshoot) ecológico potencialmente fatal. Sin energía abundante y barata, la sobreexplotación de los ecosistemas y de los recursos no renovables (incluidos los propios combustibles fósiles) no habría sido posible. En segundo lugar, las FF son una fuente importante de emisiones de dióxido de carbono (CO 2 ). El CO 2 es un producto entrópico inevitable de la combustión de combustibles fósiles y el principal impulsor del síntoma más obvio de rebasamiento, el cambio climático antropogénico. Las concentraciones atmosféricas de CO 2 y de otros GEI están aumentando. La trayectoria actual implica un calentamiento global medio de entre 3 y 4 ºC en este siglo, muy por encima del calentamiento de más de 1 ºC que ya está causando estragos climáticos sin precedentes en todo el mundo. En reconocimiento de que incluso un calentamiento de 3 C augura un desastre climático, las partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático se comprometieron en el Acuerdo de París COP21 de 2015 a mantener el aumento de la temperatura media mundial "muy por debajo de 2 C por encima de los niveles preindustriales y proseguir los esfuerzos para limitar el aumento de la temperatura a 1,5 C por encima de los niveles preindustriales" (IPCC 2018). Para cumplir el reto de 1,5 C, las emisiones de carbono (básicamente el uso de combustibles fósiles) tendrían que reducirse en ~50% para 2030 en el camino hacia la descarbonización completa para 2050 (Rockström et al. 2017; IPCC 2018). Algunas autoridades sostienen que la descarbonización completa debe lograrse para 2030 (Spratt et al. 2020). (Mientras tanto, los compromisos voluntarios de reducción de emisiones -contribuciones determinadas a nivel nacional- asumidos en París constituyen solo un tercio de las reducciones necesarias para limitar el calentamiento incluso a 2 C). Obviamente, los objetivos de París suponen un reto sin precedentes para un mundo alimentado principalmente por combustibles fósiles. Las llamadas energías renovables modernas (ER), principalmente turbinas eólicas y energía solar fotovoltaica, han logrado avances significativos en el desplazamiento de las FF (principalmente carbón) en la producción de electricidad. Sin embargo, en 2020, un año en el que el uso y las emisiones de FF se redujeron en más de un 6% debido a la pandemia de la CoViD-19, las FF seguían proporcionando el 83% de la energía primaria, mientras que la eólica y la solar (donde se está destinando la mayor parte de la inversión en renovables) el equivalente a sólo el 4,4%. Las FF representaban incluso el 61% de la generación eléctrica, mientras que la eólica y la solar sólo el 9,1%, es decir, menos del 2% del consumo total de energía final (datos de BP 2021). Cualquier líder político que se propusiera reducir el uso de FF en un mínimo del 50% en esta década sin contar con sustitutos viables y un plan de reestructuración socioeconómica exhaustivo, estaría provocando un desastre económico y político. La mayoría de los países sufrirían las consecuencias de un estricto racionamiento 

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de la energía para usos esenciales, una grave escasez energética y la contracción de sus economías. Con la reducción de la producción de bienes y servicios y el colapso del turismo, asistiríamos a una disminución de los ingresos, un desempleo rampante y un aumento de la desigualdad. La reducción de la producción agrícola, combinada con la ruptura de las líneas de suministro internacionales y el fracaso del transporte entre ciudades, provocaría hambrunas locales y escasez mundial de alimentos. La expansión prevista de más del 60% de las ciudades (para 2050) no podría producirse; probablemente sería incluso imposible mantener las grandes ciudades y megaciudades. ¿Adónde irán a parar las poblaciones existentes? Los desórdenes civiles y las tensiones geopolíticas podrían llegar al punto de ruptura. Todo ello se complicaría por el continuo cambio climático: incluso si las concentraciones atmosféricas de GEI se estabilizan, ya hay un calentamiento adicional de 0,5 C "en el tubo" debido a la inercia térmica de los océanos. 

Todo ello explica por qué la sociedad mundial de las ITM ha tomado un rumbo alternativo. La mayoría de los gobiernos de alto nivel, las administraciones urbanas, las organizaciones internacionales, muchos analistas académicos e incluso las organizaciones ecologistas se han sumado a una nueva construcción mítica, la llamada transición a las energías renovables (ER), tal y como se refleja en conceptos como el Green New Deal, la economía circular y el crecimiento verde. Numerosos folletos promocionales y estudios formales afirman que la caída de los costes y el aumento de la eficiencia hacen posible el 100% de energía renovable -principalmente turbinas eólicas y energía solar fotovoltaica, pero ahora también hidrógeno- a más tardar en 2050. El "cero neto para 2050" (es decir, ninguna nueva adición de CO 2 a la atmósfera provocada por el hombre) forma parte del nuevo mantra energético. Parece que podemos comernos el reto climático y también el pastel energético. Pues mucho. La mayoría de estas exuberantes evaluaciones son análisis incompletos que ignoran importantes cuestiones técnicas, problemas materiales de suministro, escasez de tierras, impactos ecológicos y sociales y la escala global del ejercicio. Seibert y Rees (2021) repasan las pruebas que demuestran que las ER modernas no son renovables (sólo sustituibles); que su producción, desde la mina hasta la instalación, es intensiva en energía fósil; que no pueden suministrar la misma cantidad y calidad de energía que las FF (en gran parte del mundo, el rendimiento energético de la energía invertida es inadecuado); y que sus ciclos de vida implican una injusticia social atroz y una degradación ecológica significativa. 

Además, según Michaux (2021), simplemente no hay suficientes recursos materiales clave ni tiempo para sustituir el actual sistema alimentado por combustibles fósiles por tecnologías renovables en el calendario establecido por el IPCC. Algunos científicos del clima se refieren al cero neto para 2050 como una ilusión o una trampa peligrosa que, en el mejor de los casos, prolonga innecesariamente la era FF (Dyke et al. 2021; Spratt y Dunlop 2021). Consideremos sólo una dimensión del problema de la ampliación. En 2020, los combustibles fósiles 

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suministraron 462,9 exajulios (Ej) de energía primaria al mundo. Desplazar cuantitativamente el 50% de esta cantidad con electricidad eólica y solar para 2030 implica construir nueva capacidad eólica y solar suficiente para desplazar 25,7 Ej de energía FF cada año durante los 9 años siguientes (231,5 Ej/9 años). Si asumimos (generosamente) un ratio de conversión de 2,47:1 para la energía eólica y solar (es decir, una unidad de electricidad eólica/solar ¼ 2,47 unidades de energía fósil convertida en electricidad), necesitaríamos construir 10,4 Ej de nueva capacidad de generación eólica y solar anualmente hasta 2030. Pero este incremento supera los 8,8 Ej de generación eólica y solar en 2020. En resumen, para sustituir solo la mitad del uso de combustibles fósiles por electricidad en 2030 sería necesario que el mundo construyera cada año durante casi una década, más que todo el stock físico acumulado mundial de varias décadas de turbinas eólicas y paneles solares (datos de energía de BP 2021). También debemos suponer que muchos usos difíciles o imposibles de electrificar de los combustibles fósiles se electrificarán, que no hay necesidad de altas temperaturas y otras cualidades especiales de los combustibles fósiles en múltiples usos finales, que la demanda de capital de inversión en un mercado ya estresado no colapsa la economía, y que no habrá crecimiento en la demanda de energía. (De hecho, los analistas prevén que la demanda crezca más de un 40% de aquí a 2050). Esto último es importante: en los últimos años, el crecimiento del consumo eléctrico ha superado por sí solo la oferta de energías renovables, un problema que se prevé que se reanude en 2021, cuando la demanda se recupere de la pandemia. Una transición sin sobresaltos de los combustibles fósiles es un teorema de imposibilidad. ¿Qué está pasando aquí? Los gobiernos dominantes, las grandes empresas y sus aliados se comportan como descartadores ejemplares: prefieren aceptar el riesgo incierto de un futuro cambio climático catastrófico que (esperan) afecte principalmente a otras personas en otro lugar, antes que el riesgo inmediato cierto de caos económico y social en casa. Además, están abocados a buscar soluciones autorreferenciales dentro del paradigma neoliberal tecnoexpansivo. Las políticas asertivas que realmente funcionarían para reducir las emisiones de carbono pero crearían escasez de suministro energético u otras amenazas para el crecimiento económico son inadmisibles; la población o la planificación familiar siguen siendo tabú; los cambios significativos en el estilo de vida no están sobre la mesa. Las únicas "soluciones" políticamente viables al cambio climático -turbinas eólicas de alta tecnología, energía solar fotovoltaica, combustibles de hidrógeno, vehículos eléctricos y la todavía no probada (y totalmente impracticable) captura de carbono- son las energías renovables. 

Las únicas "soluciones" políticamente viables al cambio climático -turbinas eólicas de alta tecnología, energía solar fotovoltaica, combustibles de hidrógeno, vehículos eléctricos y tecnologías de captura y almacenamiento de carbono aún no probadas (y totalmente impracticables)- requieren grandes inversiones de capital. Estas tecnologías estimulan el crecimiento económico, proporcionan empleos bien remunerados y generan oportunidades de lucro. Sin embargo, lejos de resolver nuestro problema ecológico, estas tecnologías prolongarían el statu quo. Como han 

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observado Spash (2016) y otros autores, una "acción climática" aceptable hace que las economías de crecimiento capitalista parezcan la solución, y no la causa, de nuestra crisis ecológica. La corriente dominante está promoviendo esencialmente el business-as-usual-by-alternative-means; esto no "resolverá" el cambio climático y ni siquiera reconoce el rebasamiento. También significa, por supuesto, que el uso de combustibles fósiles continuará durante años y décadas (como reconocen desde hace tiempo la Agencia Internacional de la Energía, la Administración de Información Energética de Estados Unidos, el regulador energético de Canadá y otras entidades nacionales similares). Hay quien sostiene que incluso el IPCC lleva mucho tiempo subestimando la magnitud del problema por motivos políticos. Así, contrariamente al Acuerdo de París, no hay ninguna posibilidad de que el mundo pueda evitar un calentamiento global medio de 1,5 C y es probable que asistamos a un aumento potencialmente desastroso de 2 C en 2050. De hecho, una actitud prudente supondría que no queda presupuesto de carbono ni siquiera para el objetivo de 2 C (Spratt et al. 2020). ¿Por qué? Porque incluso un calentamiento de 2 C podría desencadenar condiciones irreversibles de "Tierra invernadero" (Steffen et al. 2018). En los próximos años, veremos un Océano Ártico sin hielo, un permafrost que se derrite más rápidamente, emisiones de metano, un aumento de las wildfires y otras retroalimentaciones positivas a corto plazo que podrían poner el cambio climático en esteroides. Incluso en el mejor de los casos, el mundo puede esperar olas de calor y sequías más numerosas y prolongadas, tormentas tropicales más violentas, prolongación de las crecidas salvajes, aceleración de la desertificación, escasez de agua, paralización de la agricultura, escasez de alimentos, aumento del nivel del mar y ruptura de las líneas de suministro. Las ciudades costeras se inundarán y algunas acabarán desapareciendo. Es probable que muchas otras ciudades queden aisladas de los alimentos, la energía y otros recursos esenciales debido a la ruptura de las redes nacionales de transporte marítimo y terrestre. Según el reciente informe Perspectivas del Riesgo Medioambiental 2021 (2021), al menos 414 ciudades, con un total de más de 1.400 millones de habitantes, corren un riesgo alto o extremo por una combinación de contaminación, disminución del suministro de agua, estrés térmico extremo y otras dimensiones del cambio climático. Desde esta perspectiva, parece que se está poniendo el sol en la era de la urbanización: ¿cómo puede alguien pensar seriamente que podemos construir ciudades para dar cabida a 2.500 millones de personas más? (¿Utilizando qué fuente de energía?) Desprovistas de energía barata y económicamente agotadas, las grandes ciudades y megaciudades existentes sucumbirán a la ley de la entropía. Ya no podrán mantenerse "lejos del equilibrio", ni siquiera alimentar a sus habitantes humanos, sólo podrán contraerse o ser abandonadas. Muchas no sobrevivirán al final del siglo. En las regiones más vulnerables del planeta, el calor y la sequía harán inhabitables incluso las zonas rurales. Diversos estudios estiman que podría haber migraciones masivas de entre mil y dos mil millones de eco-refugiados a mediados o finales de siglo (véase Baker 2021). El caos interno y el conflicto geopolítico generalizado son inevitables. En Triumph of the City, su canto a los logros humanos, el economista urbano Edward Glaeser (2011) afirma que "para que 

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el futuro sea más verde, debe ser más urbano. Por el bien de la humanidad y de nuestro planeta, las ciudades son -y deben ser- la ola del futuro" (p. 222). Irónicamente, la catástrofe ecológica que Glaeser suponía que las ciudades podrían evitar podría, por el contrario, detener la urbanización por completo. 

Oportunidad perdida: ¿Podemos seguir viviendo en un solo planeta? 

El análisis anterior demuestra que la economía neoliberal, la mano económica del capitalismo expansionista, es una construcción con múltiples aristas. No sólo no contiene ningún "mapa" de la realidad biofísica, sino que es positivamente hostil a la ecosfera en la que se inserta la economía real. Obsérvese también que los modelos neoliberales del comportamiento económico humano son también burdas caricaturas de la realidad. Lamentablemente, la corriente dominante mundial sigue viviendo de esta realidad construida y distorsionada destructivamente. El resultado inevitable es el consumismo desenfrenado, el sobrepasamiento (overshoot) ecológico, la desigualdad atroz y la ilusión pancultural de que la tecnología puede disolver cualquier restricción al crecimiento. Los síntomas agregados del EO no dejan lugar a dudas de que la continuidad de la civilización -urbana o no- requiere que la comunidad mundial construya socialmente una nueva forma de estar en la Tierra, que trascienda las sensibilidades del MTI. Enfrentarse al OE exige un cambio de paradigma transformacional consciente, es decir, el abandono de las creencias, valores y supuestos fundacionales del capitalismo neoliberal y su sustitución por un marco que refleje mejor la realidad biofísica. Esto implica nada menos que una metamorfosis personal y civilizacional desde la juventud contemporánea obsesionada por el crecimiento hasta la madurez adulta en estado estacionario. El objetivo sería un mundo en el que menos personas pudieran disfrutar de una vida en comunidad emocionalmente satisfactoria y materialmente suficiente sin destruir el planeta. Esta es la esencia de la vida en un solo planeta: equilibrar la población y el bienestar material dentro de las capacidades regenerativas y de asimilación (biocapacidad) de la Naturaleza. Está claro que la OE sólo puede "resolverse" mediante reducciones significativas del consumo energético y material (Fig. 1). La búsqueda de la vida en un solo planeta puede ser una empresa demasiado ambiciosa para una especie superpoblada, competitiva y cada vez más díscola. Obviamente, las posibilidades de éxito habrían sido mucho mayores si hubiéramos comenzado la tarea hace medio siglo. Sin embargo, si la humanidad no intenta una corrección preventiva, una ecosfera sobreexigida impondrá su propia y dolorosa solución. 

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La economía como nicho ecológico 

Los ecologistas que estudian las relaciones materiales y sociales de las especies no humanas dicen que están cartografiando los nichos ecológicos de esas especies. El "nicho" de un organismo describe sus demandas de alimentos, hábitat y recursos relacionados, así como el papel que desempeña la especie en el mantenimiento de la función y la estructura de su ecosistema. Los nichos bien adaptados no son perturbadores; definen las relaciones económicas de las especies en cuestión dentro de los ecosistemas correspondientes, al tiempo que contribuyen a su integridad estructural. Ha llegado el momento de redefinir el nicho ecológico humano -la economía material- para que el H. sapiens se convierta en un componente armoniosamente integrado de los ecosistemas que sustentan nuestra especie en el único planeta que tenemos. (Esta subsección y la inmediatamente siguiente están revisadas de Rees 2021.) Esta visión sugiere que una forma posible de nueva civilización podría ser una red de eco-economías regionales cooperativas que sustenten a muchas menos personas prosperando de forma más equitativa dentro de la capacidad regenerativa de los ecosistemas locales. Para que una transformación tan "radical" tenga éxito, los habitantes de las culturas MTI deben abandonar y evolucionar más allá del paradigma central que define su forma preestablecida de estar en el mundo. 

Por qué las grandes ciudades no sobrevivirán al siglo XXI, Fig. 1 La empresa humana está en sobrepasamiento (overshoot), cerca del pico de un brote demográfico puntual (línea roja continua). El coste del sobrepasamiento (overshoot) es una reducción de la capacidad de carga a largo plazo (biocapacidad). Una civilización más sofisticada se habría autorregulado para lograr "vivir en un solo 

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planeta" (línea verde continua). Lo mejor que puede hacer ahora nuestra sociedad MTI es una contracción controlada que salga del pico y se estabilice en la biocapacidad restante de la Tierra o por debajo de ella (línea roja discontinua). 

Para iniciar la metamorfosis, los principales gobiernos nacionales tendrían que hacerlo formalmente: 

● Aceptar las limitaciones conceptuales del pensamiento económico neoliberal. En particular, debemos abandonar el mito del crecimiento perpetuo y nuestra confianza desmesurada en las proezas tecnológicas humanas; 

● Reconocer la necesidad de reducir la huella ecológica humana. Mientras la humanidad permanezca en la OE, la producción y el consumo sostenibles significan absolutamente menos producción y consumo 

● Reconocer las dificultades/imposibilidad teórica y práctica de una transición energética verde, cuantitativamente equivalente; 

● Reconocer que la sostenibilidad equitativa requiere la nivelación económica; es decir, necesitamos mecanismos fiscales y otros mecanismos reguladores para garantizar la redistribución de la renta/riqueza/oportunidad entre los países y dentro de ellos: una mayor igualdad es mejor para todos (Wilkinson y Pickett 2009); 

● Participar en una estrategia demográfica mundial que permita un descenso gestionado, no coercitivo, económicamente seguro y cooperativo hacia los mil o dos mil millones que podrían vivir cómodamente de forma indefinida dentro de los medios biofísicos de la naturaleza. 

También tendremos que resucitar otros valores que han sido sacrificados al capitalismo de mercado. El culto al individualismo competitivo debe ceder ante la necesidad de soluciones colectivas cooperativas. Un sentido de unidad con la naturaleza, o al menos de respeto por ella, el reconocimiento de los límites materiales, la lealtad al lugar, una mayor igualdad social, la cohesión de la comunidad, la autosuficiencia regional y la diversidad económica local son requisitos previos para la seguridad ecológica a largo plazo, el bienestar social y la estabilidad ecológica. Por encima de todo, el nuevo eco-nicho humano debe ser regenerativo, es decir, la economía debe volver a integrarse en la comunidad local y que esta (re)unión se desarrolle como un componente mutualista plenamente integrado de sus ecosistemas sustentadores. Los que dudan del efecto beneficioso de la relocalización deberían considerar el factor de empuje. La globalización y el comercio sin trabas -es decir, la dependencia de "otros lugares" lejanos para obtener alimentos y muchos otros recursos- ya no serán posibles en el mundo emergente de recursos y clima limitados. Esto no es del todo malo. La globalización es uno de los motores del sobrepasamiento (overshoot): el llamado libre comercio, sobre todo en el último medio siglo, ha acelerado enormemente la (sobre)explotación de los recursos y la contaminación, y ha facilitado el crecimiento de la población. De ello se deduce que las eco-economías adaptativas deben ser 

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economías locales más eco-céntricas. La agricultura y las manufacturas ligeras esenciales -por ejemplo, el procesado de alimentos, los textiles, la ropa, los muebles, las herramientas- se relocalizarán proporcionando un amplio empleo significativo. Resurgirán las habilidades personales y el orgullo por el trabajo bien hecho. Como beneficio inmediato adicional, cuando los ciudadanos toman conciencia de su dependencia de los ecosistemas locales, se preocupan más activamente por la salud y la integridad de esos sistemas. El sentido de participación consciente en el nicho ecológico propio no es posible si los ecosistemas pertinentes se encuentran a medio planeta de distancia. 

“One Planet” Ecociudades y biorregiones 

"La localización se encuentra, en el mejor de los casos, en el límite de las posibilidades prácticas, pero tiene a su favor el argumento decisivo de que no habrá alternativa (Fleming 2021). (Fleming 2021) 

Los habitantes de la sociedad urbana de las MTI no suelen ser conscientes de su huella ecológica individual ni de hasta qué punto sus pueblos y ciudades dependen de zonas productivas del interior dispersas por todo el planeta. Sin embargo, como hemos demostrado, es probable que en las próximas décadas no sea posible alimentar y abastecer de otro modo a las grandes ciudades y megaciudades. Muchas poblaciones urbanas tendrán que dispersarse y redistribuirse. La mayoría de los urbanitas olvidan también que la energía industrial realiza ahora el trabajo que antes realizaban las personas y los animales. Diversos estudios demuestran que los habitantes de los países de renta alta disponen de la energía equivalente a cientos de esclavos humanos per cápita trabajando continuamente para proporcionarles los bienes y servicios que dan por sentado. Parte de esta energía corresponde a animales de tiro desplazados. Por ejemplo, la población de caballos y mulas de trabajo en EE.UU. alcanzó un máximo de 26 millones hacia 1915 -cuando la población humana era de unos 100 millones- para ser sustituida gradualmente por maquinaria agrícola e industrial propulsada por combustibles fósiles. La economía estadounidense posterior a la era del carbono volvería a necesitar tantos caballos de trabajo (y unos 20 millones de hectáreas de tierras dedicadas a la producción de forraje) aunque la población humana volviera a disminuir de 331 a 100 millones. 

En consonancia con estos datos y el imperativo de la reubicación, las siguientes políticas/objetivos comprenden solo un ejemplo de cómo podemos reconfigurar los patrones de asentamiento actuales en eco-ecosistemas humanos centrados en las ciudades, autónomos y más funcionales. Los gobiernos superiores deben cooperar con los funcionarios regionales y locales para: 

● Crear subsistemas nacionales de biorregiones o ecorregiones autosuficientes centradas en ciudades más pequeñas existentes con límites basados en 

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formas de la tierra y características biofísicas ecológicamente significativas (p. ej., cuencas hidrográficas, alturas de la tierra); 

● Dimensionar cada ecorregión centrada en las zonas urbanas inicialmente para que contenga, cuando sea posible, un área de ecosistema productivo equivalente al interior de apoyo de su población actualmente dispersa globalmente; es decir, internalizar sus huellas ecológicas de facto. (Como reveló nuestro ejemplo de Tokio, habrá tierra/agua doméstica insuficiente en muchos países, forzando el reconocimiento de la necesidad de niveles mucho más bajos de consumo material y poblaciones reducidas); 

● Reubicar los servicios gubernamentales y la autoridad para la toma de decisiones, es decir, delegar suficientes poderes de gobernanza e impuestos a las nuevas ecorregiones urbanas para permitir una gestión eficaz de sus recursos y ecosistemas internos; 

● Organizar la economía y el comercio regionales para sustentar a la población tanto como sea posible con los biorrecursos y ecosistemas domésticos, reduciendo así la dependencia del comercio. Todavía habrá algo de comercio, pero: delegar suficientes poderes de gobernanza e impuestos a las nuevas ecorregiones urbanas para permitir una gestión eficaz de sus recursos y ecosistemas internos; 

● Organizar la economía y el comercio regionales para sustentar a la población tanto como sea posible con los biorrecursos y ecosistemas domésticos, reduciendo así la dependencia del comercio. Todavía habrá algo de comercio, pero: delegar suficientes poderes de gobernanza e impuestos a las nuevas ecorregiones urbanas para permitir una gestión eficaz de sus recursos y ecosistemas internos; 

● Organizar la economía y el comercio regionales para sustentar a la población tanto como sea posible con los biorrecursos y ecosistemas domésticos, reduciendo así la dependencia del comercio. Todavía habrá algo de comercio, pero: 

○ las importaciones deben limitarse a las verdaderas necesidades que no se pueden producir localmente; 

○ las exportaciones deben limitarse a los biorrecursos en verdadero excedente ecológico, es decir, las tasas de cosecha deben ser inferiores a las tasas de regeneración para evitar el agotamiento del capital natural; 

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● Facilitar la organización de cooperativas de productores y consumidores: todos los trabajadores deberían tener un interés genuino en la economía ecológica. La relación entre la gerencia mejor pagada y el salario promedio de los trabajadores no debe ser superior a 5:1 (el promedio de las conocidas cooperativas de Mondragón en España); 

● Eliminar gradualmente los usos triviales y no esenciales de la energía fósil (por ejemplo, automóviles privados, vehículos todoterreno, embarcaciones motorizadas de recreo, motos de agua, la mayoría de las motos de nieve y sopladores de hojas); 

● Asignar cualquier presupuesto de carbono restante (es posible que pronto no quede ninguno) a usos absolutamente esenciales, por ejemplo, en agricultura y transporte; Invertir en fuentes de energía verdaderamente renovables: energía mecánica eólica e hidráulica; biomasa gestionada, y en tecnologías que hagan un uso eficiente de la mano de obra humana y animal; 

● Facilitar los programas de cría para suministrar los caballos de tiro y las mulas que se necesitarán para trabajar la tierra, particularmente en la agricultura, a medida que se eliminen los equipos que funcionan con combustibles fósiles. Incluir aproximadamente 0.8 ha (dos acres) de tierra forrajera por animal en el banco regional de tierras (ver el segundo punto anterior); Reintegrar la cría de animales a los cultivos alimentarios de acuerdo con una gestión adecuada de los suelos y para reducir la necesidad de fertilizantes artificiales con la consiguiente contaminación de las aguas subterráneas y superficiales; 

● Rediseñar la gestión de residuos urbanos para convertir los asentamientos de sistemas de rendimiento que agotan los recursos en ecosistemas de flujo circular autosuficientes. Por ejemplo, recoger, tratar y reciclar los desechos animales y domésticos que contienen nutrientes en las tierras agrícolas y forestales de la ecorregión de donde provienen. (La circularidad en los flujos de nutrientes es estructural y funcionalmente necesaria para la continuidad de cualquier ecosistema); Invertir en la restauración del capital natural; regenerar suelos agotados, paisajes degradados, áreas boscosas y otros hábitats de vida silvestre para promover la biodiversidad, mejorar la productividad regional, aumentar la capacidad de sumidero de carbono y mitigar el cambio climático. (El uso excesivo humano ya ha disipado la mitad de la capa superior del suelo del mundo, pero el suelo todavía contiene varias veces más carbono que la atmósfera); 

● Reconocer que la gobernanza de los ecosistemas y paisajes regionales para el bien común a veces requerirá limitar los derechos de propiedad privada consuetudinarios. En tono rimbombante, 

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Reflexiones finales 

Debido a las estructuras de poder/interés del capitalismo global y el impulso gigante de la economía global, es muy poco probable que alguno de los cambios radicales [propuestos] en la sociedad y la economía. . . se adoptará a tiempo [para evitar una catástrofe]. (Dilworth 2010) 

Las adaptaciones a EO propuestas en este documento van 180 de las "soluciones" orientadas al crecimiento intensivo en capital apoyadas por gobiernos, corporaciones y organizaciones internacionales ansiosas por que la economía se recupere de la pandemia de CoViD-19 . Sin embargo, la visión dominante es fatalmente defectuosa. Es reduccionista, estrechamente enfocado en un síntoma solitario de sobrepasamiento (overshooty), ignorante de las realidades energéticas y desprovisto de conocimiento biofísico. En particular, no reconoce ni el sobrepasamiento (overshoot) existente ni sus raíces en la relación cada vez más parasitaria de la humanidad con una ecosfera cada vez más turbulenta. Por el contrario, la alternativa anterior comienza con EO y avanza un enfoque adaptativo a la disfunción ecológica humana que es totalmente consistente con la evidencia y las tendencias biofísicas. La reducción del tamaño y la relocalización de las actividades económicas y su reintegración con las comunidades y los ecosistemas de apoyo desagrega la empresa humana en unidades ecoeconómicas y espaciales manejables consistentes con la necesidad de vivir en un solo planeta. Lo que es más importante, la transformación del H. sapiens moderno de parásito en la ecosfera a participante mutualista en los ecosistemas locales representa el ascenso de la humanidad más allá incluso de la alfabetización ecológica a la experiencia vivida. Suponiendo que nuestra mejor ciencia sea válida, el enfoque propuesto claramente tiene la mayor probabilidad de extender con éxito la longevidad de la civilización. Sin embargo, todavía hay escasas pruebas de que la comunidad mundial o cualquier nación individual se esté preparando voluntariamente para embarcarse en cualquier forma de largo descenso deliberado hacia la sostenibilidad de un planeta. Más bien, está muy por delante en la transición de las energías renovables y la promoción de la recuperación económica pospandémica. Las administraciones municipales parecen preocupadas por cosas marginalmente útiles como edificios más ecológicos, reducción de las emisiones de carbono de las operaciones de ingeniería, mejor transporte público, espacios verdes mejorados y control de “tráfico más inteligente”, todo lo cual, irónicamente, los hace más atractivos para la inversión. y crecimiento La economía circular (no del todo posible) y el crecimiento verde (un oxímoron) son conceptos populares, aunque algo delirantes, para una sociedad en sobrepasamiento (overshoot). Ciertamente, ningún departamento de planificación de la ciudad ha anunciado todavía un plan para la contracción equitativa de las 

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operaciones de la ciudad, la reducción de su economía o la dispersión de su población. Es seguro decir que ninguna ciudad o megaciudad en la tierra es remotamente sostenible o incluso en control administrado de sus ecosistemas de apoyo. En su actual camino de “desarrollo”, la civilización global está destinada a tener un encuentro interesante con la realidad biofísica. ¿Es demasiado tarde para despertar a naciones enteras de sonámbulos? Tal vez no. Un número cada vez mayor de ciudadanos reflexivos, organizaciones activistas y ONG están tomando las calles. Es posible que los políticos aún se vean obligados a tomar nota; el tipo de reinicio socioeconómico dramático propuesto en este documento aún puede estar al alcance. A medida que empeora la situación ecológica humana, hay (cada vez menos) espacio para la esperanza de que todavía habrá un gran despertar popular, uno suficiente para catalizar la mayor transformación necesaria para crear una verdadera eco-civilización global. ¿Nos atrevemos a contemplar que H. sapiens puede alcanzar su máximo potencial? ¿Se reunirá nuestra especie y se regalará la oportunidad de dar un paso más en la escala evolutiva? 

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WILLIAM REES
WILLIAM REES

 

 

William E. Rees School of Community and Regional Planning, Universidad de Columbia Británica, Vancouver, BC, Canadá

 

 

 

 

 

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https://www.researchgate.net/publication/367794690_Why_Large_Cities_Won't_Survive_the_Twenty-First_Century

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