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jueves, 19 de septiembre de 2024 08:15h.

Neoliberalismo: ¡la antesala del fascismo! - por Hugo Dionísio

 

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Neoliberalismo: ¡la antesala del fascismo! 

Hugo Dionísio

STRATEGIC CULTURE

 

Esto es lo que se esconde detrás de las elecciones alemanas

Las elecciones en Turingia y Sajonia, consideradas un referéndum sobre el gobierno de Scholz y Baerbock y un anticipo de lo que vendrá en 2025, confirmaron la erosión del gobierno alemán y demostraron que la “maldición Zelenski” sigue vigente. Cuanto más cerca se está del expresidente de Ucrania y actual dictador en espera, más probabilidades hay de que caiga un gobierno. Es una tendencia casi inexorable.

Sin embargo, casi 80 años después del fin del terror nazi, el centro neoliberal sigue predicando el miedo al fascismo como su bandera favorita. Mientras asustan a sus pueblos con las AFD de esta vida, apoyan al banderismo en Ucrania, a Milei en Argentina y a los golpistas de extrema derecha en Venezuela. Y eso es lo que tenemos: la lucha del centro neoliberal contra la extrema derecha no es más que un sopor oportunista, en el que una casta privilegiada que se considera civilizada no quiere ser reemplazada por otra casta más traidora.

Y aunque desestiman los peligros de la “extrema derecha” eliminando a quienes realmente podrían combatirla, no impiden su propia autodestrucción, como es el caso del ejecutivo Sholz/Baerbock. Esta es también la historia de muchos otros gobiernos asociados al centro neoliberal. Pero esta susceptibilidad autodestructiva es solo la cara visible -en Alemania- de una dinámica social aún más profunda que se identifica en toda la Unión Europea, experimentada a lo largo del siglo XXI, y que se impuso, en mi opinión, a través de cuatro procesos críticos de aceleración, creados/utilizados para producir el efecto político que estamos viendo hoy. Si no se detiene esta dinámica, conducirá deliberada e inexorablemente a una nueva farsa fascista, neofascista, como quiera llamarla.

El primer proceso crítico de aceleración del proyecto neoliberal en Europa coincidió con la “guerra contra el terrorismo” de Bush, en la que se embarcó toda la OTAN, tras los atentados en España, Inglaterra o Francia, que desembocaron en la invasión de Afganistán e Irak, la construcción de la Primavera Árabe y la destrucción de Libia y Siria. Fue en esa secuencia que se impuso desde Washington un proceso de vigilancia y centralización de la información y de la inteligencia, dándole a EEUU el poder de analizar, monitorear y coordinar los esfuerzos de seguridad y creando las condiciones subjetivas en la población para aceptar lo que vendría después: la vigilancia masiva de todos sus movimientos con el fin de mantener su seguridad.

Otro momento crítico fue la crisis financiera de 2008, que impuso el “estado de austeridad permanente”, preparando a la gente para la idea de que el mañana, después de todo, no será mejor que el ayer –sólo para algunos–, acelerando el proceso de destrucción del estado del bienestar y provocando la mayor transición de valor entre clases de la historia reciente, que había tenido lugar en los EE.UU. y el Reino Unido justo después del anónimo “Consenso de Washington”. Fue con la crisis de 2008 que el Consenso de Washington finalmente se convirtió en política oficial de la Unión Europea. Durante todo este tiempo, los “inversores” estadounidenses han ocupado posiciones dominantes en sectores importantes en toda Europa.

El tercer momento crítico fue el Covid-19, con la introducción del “Gran Reset” de Davos y toda la ideología de la “nueva normalidad”. El individualismo exacerbado, el narcisismo, la migración interna de las regiones más pobres a las más ricas y la inmigración desde el exterior hacia el bloque occidental, el desarraigo de las personas de su tierra natal, su cultura y su lengua, la desaparición del tejido social que da cohesión a las sociedades. La “uberización” ha destruido las últimas fronteras económicas que resistían. Una empresa de California opera en Occidente, desde Estados Unidos, sin intermediarios, sin gastar un céntimo en logística local. Eludiendo las leyes y toda soberanía nacional, recoge datos, los vende, los clasifica y obtiene beneficios. Por otro lado, el Covid-19, acompañado de toda la lógica de sumisión a las retiradas forzadas, las restricciones de movimiento y las vacunaciones obligatorias, ha creado las condiciones subjetivas para la sumisión acrítica a un modelo de gobernanza.

Por si fuera poco, con la Operación Ucrania se ha arrebatado a los países centrales del “orden basado en reglas” el último vestigio de soberanía: las fuerzas armadas. Vuelve la “interoperabilidad” y, con ella, la generalización del estándar OTAN, es decir, el estándar estadounidense, comprado en Estados Unidos, fabricado bajo licencia estadounidense. La estrategia y la táctica militar se desarrollan ahora en Washington, donde los estados europeos no son más que puestos avanzados del “orden basado en reglas”.

Información e inteligencia; economía y finanzas; organización social y política; defensa y seguridad; son las dimensiones que se han centralizado y consolidado en cada uno de los momentos críticos. Cada uno de estos 4 momentos representó un salto evolutivo en la fuerza con la que EEUU domina el Orden Basado en Reglas. Para dominar el nuevo siglo, el espacio vital debe consolidarse, coordinarse desde un centro reconocido, crear un bloque en el que las relaciones se definan como un todo orgánico. Todo para preparar el enfrentamiento entre bloques. Los resultados económicos y sociales de este proceso de mejora, dirigido a Europa y diseñado para hacerla secundaria, han llevado a una pérdida relativa de poder, sentida por los pueblos y, sin poder explicarlo, están canalizando esta frustración hacia quienes la hablan como nadie: la llamada “extrema derecha”. Frente a la impotencia, las promesas postergadas y la contradicción entre discurso y práctica desde el centro neoliberal, la solución está en quienes son decididos y eficaces, aunque sean brutales.

Hagamos una comparación histórica pertinente, para saber de qué estamos hablando. Durante el periodo en el que nació el fascismo en Occidente (sí, en EEUU hubo apartheid para los negros y por tanto fascismo, incluso con supuestas elecciones), la riqueza se repartía de la siguiente manera: entre los años 1920 y 1940, tras el “Primer Pánico Rojo”, el 10% más rico se quedaba con entre el 43% y el 49% de los ingresos cada año, el 1% más rico con entre el 19% y el 22%, y el 50% más pobre con entre el 14% y el 15%. El Informe sobre la Desigualdad Mundial no tiene los datos agregados para Europa, pero en Francia los resultados tampoco fueron muy distintos de lo que vemos para EEUU. Básicamente, EEUU representaba la tendencia de las economías más avanzadas.

La primera conclusión que se puede sacar de todo esto es obvia: el período de ascenso del fascismo en el mundo occidental coincidió con un período de agravamiento de las desigualdades, de concentración de la renta, de enorme concentración de la riqueza y, por consiguiente, de empeoramiento de las condiciones de vida y de trabajo. La respuesta del sistema a esta crisis y al aumento de la fuerza de las reivindicaciones obreras, que se organizaron en poderosos sindicatos, coincidió con la creación del fascismo, del corporativismo (que defendía la paz social frente a la lucha dialéctica) y de la represión. Hablamos de “crisis” cuando vemos un agravamiento de las contradicciones resultantes de la disparidad en la distribución de la renta entre los más ricos y los más pobres.

La derrota del nazifascismo lo cambió todo. En Estados Unidos, ya en 1945, el 50% más pobre empezó a ganar más que el 1% más rico (del 15,8% al 14,2%), mientras que el 10% más rico bajó al 35,3%. Esta diferencia, de casi el 15% perdido por el 10% más rico, explica el fortalecimiento de la clase media estadounidense y la construcción del llamado sueño americano. Sin esta transferencia, Estados Unidos difícilmente se habría convertido en la superpotencia que fue, ni habría derrotado a la URSS. Esto explica también la llegada a escena del macartismo (el “Segundo Terror Rojo” de 1950 a 1957), una deriva fascista que “limpió” los sindicatos y las organizaciones de clase en Estados Unidos.

Hasta los años 70, la situación de los trabajadores norteamericanos siguió mejorando y los datos así lo confirman. En 1970, la riqueza controlada por el 50% más pobre alcanzó su punto más alto (21,1%) y la del 10% más rico (y también del 1% más rico) alcanzó su punto más bajo (34% y 10,1% respectivamente). Los datos no pueden ser más claros: la edad de oro de los Estados Unidos coincide con el período en el que la distribución de la riqueza producida fue más justa; fue también el período de más libertad, democracia, compromiso político y mejores condiciones de vida.

En Francia no fue diferente, una vez derrotado el nazifascismo y a partir de 1945, el 10% más rico alcanzó su punto más bajo (31,4%), el 1% más rico el 8,5% y el 50% más pobre pasó del 14,6% en 1934 al 20,5% en 1945. Es una lástima que no tengamos datos de Alemania, pero si eso no habla por sí solo…

Esta relación en EEUU, para bien o para mal, se prolongó hasta el fin de la URSS y, en 1995, todo se revirtió al periodo anterior a la Segunda Guerra Mundial. El “Consenso de Washington” de 1989, que decretó la globalización del neoliberalismo según la “escuela de Chicago”, coincide con el año en el que el 1% más rico volvió a concentrar más del 14% de los ingresos anuales, algo que no ocurría desde los años 50. A partir de 1989, la concentración se ha mantenido hasta la actualidad, cuando: en 2022, el 10% más rico tenía el 48,3% de los ingresos anuales, el 1% más rico el 20,9% y el 50% más pobre solo el 10,4%. Cabe señalar, a este respecto, que el 50% más pobre nunca había tenido tan pocos ingresos anuales desde que hay registros. ¡El nivel más bajo que habían tenido en EEUU fue del 11% alrededor de 1850!

Volvamos a las elecciones alemanas. Vivimos un período de la historia moderna occidental en el que la redistribución de la riqueza producida (si hablamos de la riqueza existente, es aún peor) está en su nivel más bajo. En Europa, la situación aún no es tan grave como en Estados Unidos, pero estos cuatro aceleradores críticos que he identificado (guerra contra el terrorismo, crisis soberana; Covid-19; guerra fría 2.0), producirán necesariamente el mismo efecto de concentración de la riqueza que ya está degradando y destruyendo el Estado de bienestar europeo, construido sobre la base de una redistribución que, mal o no, aún mantiene algunos estándares de justicia.

Aunque en los principales países europeos que figuran en el Informe sobre la desigualdad mundial no se han producido grandes cambios en la cuantía de la riqueza del 50% más pobre, es la llamada “clase media” la que está en el origen de muchas de las quejas. En países como Suecia, España, Portugal, Francia, Alemania, los Países Bajos y otros, la tendencia es que el 50% más pobre pierda terreno frente al 10% más rico, aunque a un ritmo más lento que en los Estados Unidos a finales del siglo pasado. En otras palabras, se están desarrollando paulatinamente relaciones económicas que están produciendo una realidad material típica de la época en que se formó el fascismo.

Por eso es hora de desmentir uno de los mitos o dogmas más importantes que propaga la narrativa oficial sobre el fascismo: la característica principal del fascismo no es la represión, sino más bien la aceleración de la concentración de la riqueza y su entrega a cada vez menos personas. Cada vez menos personas tienen más poder económico, con el que compran poder político y hacen que el sistema político, incluso los que se dicen “democráticos”, funcione en sus términos. El lobby, la financiación de campañas y los think thanks, o incluso la propia academia, son algunos de los medios más utilizados para interferir y dar forma a las soluciones políticas.

En lugar de un proceso de concentración de la riqueza, la represión puede darse en cualquier sistema cuando éste se encuentra en crisis o se siente amenazado. Salvo en casos psicopatológicos, la represión es una respuesta orgánica justificada por un ataque externo o interno. Sólo alguien muy desvinculado o alejado de la realidad cree que no existe represión en los EE.UU. y, más recientemente, en la Unión Europea. Todos los sistemas estatales disponen de un aparato represivo y su uso -de medios coercitivos- depende del nivel de amenaza. En un Estado fascista, el aparato represivo está a disposición de las élites más ricas.

Lo mismo ocurre con las elecciones. No es la existencia de elecciones lo que determina el carácter fascista o democrático de un sistema. Lo que determina su carácter democrático es el alcance de sus políticas. Si cubren o no los intereses de la mayoría. Una elección entre iguales, como ocurre en Estados Unidos, no es democracia, es sufragismo. Al final, serán el complejo militar-industrial y Wall Street quienes tomen las decisiones. Otra característica de la democracia es su capacidad para cambiar la política económica cuando esta no sirve a los intereses de la mayoría. Unas elecciones estériles, poco participativas y en las que gobiernan partidos minoritarios, como ocurre cada vez más en Europa, no se pueden explicar por la democracia. Estos partidos minoritarios gobiernan porque la base económica a la que sirven se lo permite, incluso en minoría. En resumen, el fascismo es posible con elecciones. Y nunca verás a un fascista suponiendo que así sea.

Si el estado en el que se encuentra Estados Unidos ya explica la aparición de un Trump, una “respuesta” que no es capaz de acabar con los ejércitos de personas sin hogar, drogadictos y personas que viven en coches, caravanas o tiendas de campaña; en la Unión Europea, este proceso no es diferente y, aunque más tarde, ahora se está produciendo. También en Europa, la respuesta del sistema a la crisis surge como resultado de la profundización de la contradicción en la redistribución de la riqueza. Cuanto mayor sea la contradicción, cuanto más injusta sea la redistribución, más producirá el sistema agentes demagógicos y reaccionarios que seducirán a las masas más pobres culpando a los más pobres: migrantes, refugiados y otros, traídos aquí precisamente por quienes acumulan más riqueza.

Por lo tanto, es inaceptable que cualquier persona responsable y conocedora de la dinámica social y en posesión de información confiable se sorprenda por el sesgo electoral hacia la “extrema derecha”. Es aún más grave cuando los representantes políticos del centro neoliberal, que va del wokismo al ultraliberalismo (los partidos eurosocialistas y socialdemócratas wokistas acusan a Maduro de cometer fraude, ¡pero consideran a Milei un jugador limpio!), una vez más, como en los años 1920 y 1930, parecen crear las condiciones materiales para sucumbir a la dinámica de concentración de la riqueza, ya sea por corrupción, encantamiento o miedo a ser destruidos (y tienen razones para tener miedo), lo que a su vez y una vez más, propicia la aparición de la oportunidad fascista (ya sea en el caso de la AFD o no). El momento en que los superricos utilizan la represión estatal para proteger el proceso de concentración de la riqueza.

Así pues, nadie puede sorprenderse de que las masas trabajadoras descontentas, empobrecidas, víctimas de la rapiña, en gran parte llevada a cabo desde Washington, voten por la “extrema derecha”. Tras oleadas de revisionismo histórico que comparaban el fascismo con el comunismo (y el socialismo) y la URSS con la Alemania nazi, fue el propio centro neoliberal el que legitimó a la extrema derecha. Si comparamos a los partidos aceptados, que nunca han promovido el odio y la discriminación, con los partidos que hacen de la doctrina del odio y la discriminación sus banderas, terminamos normalizando a estos últimos.

Además, a diferencia del voto a los partidos progresistas (en un sentido económico, marxista), que rechazan y denuncian el wokismo como una característica desviada de la derecha, los partidos de la “extrema derecha”, en cambio, no representan ningún peligro para la base económica que sostiene al centro neoliberal. Ningún régimen fascista alteró el proceso de concentración de la riqueza; por el contrario, lo reforzó. Incluso hoy, la “extrema derecha” sólo defiende la profundización del modelo económico existente que, como he demostrado, condujo a su surgimiento en primer lugar.

Y aquí vemos que el revisionismo histórico no es inocente. Pretende crear una vía de escape, una alternativa al centro neoliberal, sin que el poder real, el poder de la riqueza acumulada en la economía, cambie de manos. De esta manera, los grandes concentradores ganan tiempo, engañando una vez más a las masas, atrapándolas en la represión fascista. Cuando el golpe fascista, la desviación fascista o la deriva extremista neoliberal es derrocada, las masas son engañadas una vez más con el centro neoliberal, en la medida en que no lo identifican como perteneciente a la misma base económica que alimenta al Estado fascista. Y así perpetúan su explotación, moviéndose entre formas más o menos agresivas del mismo remedio.

Por ahora, las elecciones alemanas no hacen más que confirmar este círculo vicioso. Y el encarcelamiento en este círculo, una vez más, en un proceso de repetición histórica, esconde el mayor logro del globalismo neoliberal, federalista y financiarizado: el formateo del conocimiento hasta el punto de que los especialistas, que son extremadamente competentes en su campo, son incapaces de mirar más allá de lo que se les ha enseñado. En este sentido, el fascismo no es más que una especialización, una profundización de la etapa actual del neoliberalismo globalista. El belicismo en sí mismo, ya sea en los EE. UU. (y no terminará con Trump) o en el centro neoliberal (por ahora), es también una de las consecuencias del proceso de “fascistización económica” de la vida política. Es el resultado de una tendencia cada vez más agresiva a la apropiación de la riqueza, incluso a través de la guerra.

Cuando escucho a economistas muy competentes (no estoy ironizando), con canales populares, criticar a Occidente por sucumbir, entre otras razones, a los altos salarios, me doy cuenta de que el legado ideológico neoliberal es muy pesado. Ninguno de estos economistas altamente competentes es capaz de ver más allá del esquema neoliberal que les enseñaron. Se limitan a reproducir lo que les han enseñado, siendo meros instrumentos de la lógica de acumulación y saqueo occidental.

La incapacidad de soñar y de aspirar a lo que hoy se considera imposible es el legado más pesado que Estados Unidos nos ha dejado en los últimos 100 años. Las elecciones alemanas, en su división entre soñadores, situacionistas y profundistas, demuestran esta tensión latente. Muestran que hay quienes sueñan, pero las fuerzas del miedo, del odio y de la reacción son más fuertes que nunca. El neoliberalismo es su alimento favorito.

El neoliberalismo: ¡la antesala del fascismo! Esto es lo que se esconde tras las elecciones alemanas.

 

https://strategic-culture.su/news/2024/09/06/neoliberalism-the-antechamber-of-fascism/

 

HUGO DIONÍSIO
HUGO DIONÍSIO

Hugo Dionísio

Hugo Dionísio es abogado, investigador y analista de geopolítica. Es el propietario del blog Canal-factual.wordpress.com y cofundador de MultipolarTv, un canal de Youtube dedicado al análisis geopolítico. Desarrolla su actividad como activista de derechos humanos y derechos sociales como miembro de la junta directiva de la Asociación Portuguesa de Abogados Democráticos. También es investigador de la Confederación Sindical de los Trabajadores de Portugal (CGTP-IN)

STRATEGIC CULTURE Aparecido originalmente en STRATEGIC CULTURE . La casa de mi tía republica con autorización
 Aparecido originalmente en STRATEGIC CULTURE . La casa de mi tía republica con autorización

 

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