Aquellas palabras ya trasnochadas por mi propia edad - por Nicolás Guerra Aguiar

 





N.G.A.


 

    Aquellas palabras ya trasnochadas por mi propia edad - Nicolás Guerra Aguiar

 

Fue allá por el milenio anterior cuando el doctor Salvador Caja (don Gregorio),  ex catedrático de la Universidad lagunera y sospecho que ya vicepresidente  de la Real Academia Española, publicó el artículo “Disquisiciones de un hablante anticuado” en el riguroso Suplemento Cultural del periódico ABC. Posteriormente,  el propio autor lo incluyó en su Noticias del reino de Cervantes (2007).

GREGORIO SALVADOR CAJA

 Cuando antier (americanismo) abrí el archivo donde guardo apuntes, sugerencias, impresiones o curiosidades lingüísticas, me acordé de él. Yo había anotado años atrás unas observaciones sobre cómo el tuteo se generalizaba en Canarias rompiendo seculares tradiciones. Hoy, a mi bien despachada edad ya setentona o septuagenaria, muchas veces soy el único que frente a interlocutores utiliza el “usted”. Y aunque entre otra persona y yo medie la friolera de medio siglo o acaso más, la jóvena del comercio me lo había dejado clarito clarito como las aguas de El Roquete sardinero: “Si no te gusta cuando lo pruebes en tu casa, lo traes y lo devuelves”. Respondía, así, a mi pregunta anterior: “¿Me garantiza usted  los 28 euros si no me interesa o no me sirve?”.  (¿Ando trasnochado?)

  Yo recordaba que en el artículo de mi exprofesor, don Gregorio mostraba algunos aspectos sobre su historia académica al pasar el umbral de los setenta años. Así, se refirió a su cronología profesional como estudiante universitario, profesor de instituto y luego de universidad. Añadía su formación como investigador en cuestiones dialectológicas, diálogos con cientos de informantes ”sobre lo nuevo y lo viejo, sobre lo que aún se decía y se había dejado de decir”... 

  Y mantenida la serena perspectiva de los setenta tras la iubilatio, el doctor Salvador conservó la costumbre de prestar atención a los mensajes exteriores expresados en español (personas de su entorno). Así, llegó a una contundente conclusión: “Me he convertido en un hablante anticuado, pertenezco al grupo cada día más limitado de recalcitrantes que nos empeñamos en negar rotundamente con la locución adverbial ‘en absoluto’ y no cedemos ante la invasión general del ‘para nada’ [...]”.

  Pues bien, estimado lector. Me identifico con mi exprofesor en lo de “hablante anticuado” aunque aún no he llegado a puretón. (Por cierto: al carajote del nietillo casi lo echo de mi casa días atrás. Me dijo: “Nicolás, eres un anciano porque eres abuelo”. ¿¡Habrase visto mayor inconsciencia!? ¡Hasta manía le estoy cogiendo al monifato este!) Sí, le doy absolutamente la razón a don Gregorio en cuanto a los cambios impuestos por los usuarios (únicos propietarios de la lengua, dicho sea de paso) frente a las recomendaciones académicas cuya pureza y sabiduría nadie pone en duda. 

  Y  mantengo tal armonía a pesar de que tuvimos un enfrentamiento oral en su despacho cuando ejercía como decano y, a la vez, profesor de mi curso. Yo, como delegado de tercero de carrera le trasladaba un tema rigurosamente académico: la decisión democrática del aula sobre la no idoneidad de un profesor concreto nombrado para una específica asignatura… a pesar de sus extraordinarias cualidades para la investigación filológica. Lo cual, vistas las consecuencias, no fue de su agrado, muy al contrario: me puso de patitas en el pasillo.  

   No obstante, al paso de los años nos reencontramos en un almuerzo nivariense con la gente del curso y, privadamente, le recordé el encontronazo. Reconoció su “ligereza” (¡el hombre no se había olvidado!) y me dio sus números de teléfono (casa y RAE) por si algún día quería hacerle una visita. Y la hice para entregarle una publicación mía, Voces de nuestra lengua. A los pocos días me llamó: “Es un libro serio que engancha y con sentido del humor en algunos artículos”, me dijo. (De cualquier manera, estimado lector, y a pesar de la cabronada, profesionalmente le debo mucho a don Gregorio, sobre todo el riguroso uso de la lengua como bisturí diseccionador para entrar en textos literarios, preferentemente poéticos.)   

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  Hoy, muchos años después, y en mi propia tierra de nacimiento y vivimiento, me siento como él, vetusto y arcaico. Obviamente, tal “antigüedad” se relaciona con cuestiones lingüísticas: léxicas, de género gramatical, radicales cambios en el uso de algún pronombre... Así, respectivamente, es ya muy frecuente leer en periódicos canarios y escuchar a paisanos la voz “medusa” en lugar de la siempre usada en nuestra tierra, aguaviva (¡la madre que la parió, cómo pica la puñetera!). Y en nuestro entorno social, entre canarios, las variantes de nuestra habla como chocolatín (‘chocolatina’), dulcería (‘pastelería’), seba (‘alga’), cholas (‘chanclas’), aguachirre (‘caldo sin sustancia’); choni (’guiri’), burgao (’caracol’), balde (‘cubo’), cantina (‘cafetería, bar’), fleje (‘gran cantidad’)… están a punto de inminente desaparición en el uso. Por suerte se mantienen protegidas y resguardadas en las páginas del Diccionario Básico de Canarismos (Academia Canaria de la Lengua), de Palabras nuestras (ACL), Diccionario Histórico-Etimológico del Habla Canaria (doctor Morera Pérez), Diccionario Ejemplificado de Canarismos (doctores Corrales - Corbella)...

JESÚS HERNÁNDEZ PERERA

   Lo mismo sucede con el término “sostén” referido a la prenda femenina... pero cuyo género gramatical es masculino (¿recochineo machista?). Se trata de un atuendo usado para eso: para sostener o mantener las llamadas “prominencias carnosas” por don Jesús Hernández Perera, mi catedrático de Historia del Arte. Se refería el sabio Maestro a los pechos de las madonnas italianas (palabra “pechos” socialmente recatada, pudorosa, honesta) o a mamas, senos, bustos, tetas, delanteras, chiches, tetamen, pechamen (variantes todas ellas recogidas en el Diccionario pero impúdicas, indecentes, groseras, vulgares, desvergonzadas, indecorosas, más propias de pecaminosas nocturnidades carnavaleras… o psiquiatrables desarretos machistas). 

 

  Me ubica también entre los lingüísticamente fosilizados hablantes canarios el no cambio de la tercera persona del plural (“ustedes comen”) por la segunda (“vosotros coméis”), saltaperico trueque muy presente ya no solo entre gente menuda y mediana sino, incluso, entre añejos usuarios de la primera forma. (¿Quizás fracaso de las aulas? ¿Acaso desapegos sentimentales y culturales? ¿Posible repudio al “ustedes”  debido a su afán de “hablar bien” el español? ¡Angelicales criaturitas!)

  Sí, estimado lector. Nuestra gente menuda viene imponiendo cambios en la lengua. Modificaciones, por otra parte, absolutamente naturales por más que signifiquen retraimientos de “palabras nuestras”. No obstante, seguiré recreándome con paisanos no “evolucionados” como el joven padre del Portillo aruquense que a orillas de la marea, ya en el veril,  recomienda a su hijo paso lento “pa que no rembales en la seba”. Y de pronto, como herido por el rayo, corre hacia él: ¡una ola está iniciándose a cuatro millas de distancia! Pero… el rembalón paterno y su correspondiente culamen sobre el charco lleno de erizos cacheros le hacen gritar mientras maldice a las púas clavadas en pudendas y protegidas anatomías: “¿¡Veees, cachocabroooón? Por di ayudalte me rembalé en la seba! ¡Ajolá testralle como una pita cuando suba la marea!”. 

  Mentalmente, claro, le di las gracias por nuestra perfecta comunicación lingüística: ¡no soy el único anticuado! Pero no me atreví a recomendarle que esperara “con pasensia” la tal subida de la marea pues, según decíamos en Sardina de Gáldar,  las púas salen cuando aquella llegue al reboso. Prudencia, pues el hombre, en su encochinamiento, podía mandarme al carajo o a la puñeta… ¡si no me agarra por el pescueso y me desagalla como a las panchonas revirás!   

SARDINA DE GÁLDAR