Buscar
lunes, 20 de mayo de 2024 15:32h.

Bandama 0 - UHB Fuerteventura 1 - por Dácil Mujica Santana

fr dms

Anterior de la autora:

Bandama 0 - UHB Fuerteventura 1

Dácil Mujica Santana

El lunes 18 de abril de 2024, después de haber subido hacía algunos días la dosis de quetiapina y de haber vuelto al diazepam después de más de 6 meses sin necesitarlo, me despierto a las 3am, por lo que me tomo también, ya preocupada y ansiosa, un dormodor –que ya es el último recurso-, y, aún así, a las 5am sigo con los ojos como un búho. Me levanto de la cama, me visto y cojo mi carpeta con todos mis documentos médicos que tenía en formato papel. Pido un taxi, y cuando llega le digo “a urgencias del hospital, por favor.”

Una vez allí, en la ventanilla de administración, pido ver a la psiquiatra de urgencias. En las casi 9 horas que llevó el duro proceso de espera (ese asunto lo abordaré aparte, porque no es lo que nos ocupa hoy) llega, por fin, la psiquiatra de urgencias y le pido el ingreso voluntario.

Es la primera vez que solicito el ingreso voluntario, pero, como habrán deducido por el título, no es la primera vez que estoy ingresada en una institución de salud mental. Y es precisamente por este motivo que me siento legitimada para hacer la comparación -imprescindible, no odiosa- que haré en este artículo. La otra vez fue en una institución privada, y no voy a entrar en los detalles de por qué la victoria es para el hospital público majorero, porque lo realmente importante para mí ahora es hacerme eco de la maravillosa sorpresa que me llevé según abrieron las puertas de la Unidad de Internamiento Breve, a partir de ahora UIB o UHB, porque están en proceso de cambiarle el nombre -y porque yo tengo la tendencia inconsciente de rebautizar las cosas-. De hecho, también pueden llamarlo “hotel 5* todo incluido” que era como yo lo describía a mis allegados al comunicarme con ellos durante el ingreso, o “residencia”, que es como nos sale a todos los de mi entorno ahora al hablar de aquel lugar en que estuvieron cuidando tan bien de mí durante poco más de una semana. Que, por cierto, al resto de pacientes me sale llamarlos “compañeros”, lo cual también es muy sintomático.

Evidentemente, en cuanto a instalaciones, la institución privada con jardín, piscina y demás parafernalia –incluido su precio-, da la falsa imagen de ser un lugar de descanso, reposo y curación. Pero no lo es. Al menos no lo fue para mí aquel verano de 2021. En absoluto. Y he de añadir que también fue una semana el tiempo que estuve ingresada allí. Por eso defiendo que la diferencia que marco no es cuantitativa, sino cualitativa. Y por eso yo no salía de mi asombro al ver que en aquellos pocos metros cuadrados donde se desarrolla la actividad del UIB había más profesionales que pacientes, había actividades variadas y dirigidas por dichos profesionales. Por ejemplo, teníamos las terapias de grupo 2 veces en semana en las que participaban exclusivamente las 3 psiquiatras y los pacientes; también había a diario talleres ocupacionales de lo más variados, diseñados por el terapeuta ocupacional que iban desde talleres de cocina o cerámica, hasta charlas dadas por nosotros los pacientes sobre temas cuidadosamente escogidos por el terapeuta, y a las que podían acudir todos los miembros del equipo profesional, desde celadores a enfermeros, pasando por los auxiliares más todos los pacientes que lo desearan (que solía ser la mayoría). Sentirnos escuchados, notar tanto el interés mostrado por los compañeros pacientes, como el refuerzo positivo que nos trasladaban los profesionales hizo que este taller fuera de mis favoritos. Además, acudir como espectadora a las charlas de los otros compañeros te permitía aprender de otras enfermedades mentales, en mi caso fue el del TCA, que me resultó de lo más interesante y revelador. Bueno, he de confesar que el de cocina también estaba genial: hacíamos repostería que luego tomábamos como postre en el almuerzo, y estarán conmigo en que pocas cosas pueden competir con eso… Ah, y tengo que nombrar también el taller de yoga, que lo impartían las psiquiatras, y es que más que taller ocupacional lo entendían como parte de su terapia psiquiátrica, que consistía en una consulta diaria con una ellas, la que se te asignaba. Y aquí he de añadir otra observación personal que considero importantísima: desde la primera consulta con Elena salí con la magnífica sensación de que estaba ante un 2x1 de primer nivel, y me explico: era como si mi psicóloga, con quien hablo de las cuestiones más intimas de pensamientos y comportamientos y que me conoce desde hace décadas, además pudiera adaptar mi tratamiento farmacológico teniendo en cuenta lo primero. Tras más de 20 años de psicólogos y psiquiatras, creo que estoy en situación de afirmar que sería un gran avance que siempre fuera así (y vaya por delante que estoy encantada con el psiquiatra con el que ya llevo unos 5 años, y con mi psicóloga, con la que llevo mucho más tiempo porque me encanta); solo digo que si, en el futuro, los pacientes no tuvieran que apoyarse en 2 profesionales diferentes, sino que siempre fuera el mismo, francamente, sería un gran avance. Y volviendo a las actividades en la UHB, por último, que no menos importante, teníamos la asamblea de la noche, en la que los pacientes comentábamos cómo nos habíamos sentido durante el día, moderadas por los enfermeros de guardia y de las que participaban todos los profesionales que también estaban de guardia. Evidentemente, toda esta información recabada durante toda la jornada por parte de todo el personal, luego se ponía en común en las largas reuniones interdisciplinares que se hacían en los cambios de turno, especialmente al comenzar el de la mañana. Sinceramente, creo que no se puede pedir más.

Otro asunto que llamó mi atención fue la manera en que organizaban nuestras pertenencias, cómo organizaban aquellas que debían ser custodiadas de manera más estricta, tipo tratamientos médicos responsabilidad de los enfermeros; la ropa, los productos de higiene controlados por las auxiliares, por separado aquellos que llevábamos los pacientes y, por otro, los que facilitaban ellos (sí, si queríamos, el gel, el champú, la pasta de dientes, etc. nos lo facilitaban ellos, pero si queríamos llevar los nuestros, también podíamos hacerlo, aunque implicara doble de trabajo para ellos). Además, los objetos que usábamos con más frecuencia durante el día, como el tabaco, móvil y cargadores, lo dejaban más a mano, pero perfectamente etiquetado para su control.

Y ésta es otra de las cuestiones que marca una importantísima diferencia, ya no solo con las instituciones privadas, sino también con el resto de hospitales públicos de Canarias: después de cada comida, podíamos salir media horita a coger aire, a ver el mar, a fumar y a usar el móvil. Puede parecer una nimiedad, pero no lo es en absoluto: para enfermos mentales, distraerse, cambiar de aires, fumar quien tiene ese vicio y su abstinencia sería muy contraproducente, y usar el móvil para poder facilitar la comunicación diaria con familiares y amigos son cuestiones de una importancia capital para la salud mental, que paradójicamente, como decía, en el resto de hospitales públicos del SCS no se da.

Por todas estas razones, quiero agradecer a la gerencia del hospital que esté apostando por esta nueva forma de hacer las cosas y por dar carta blanca a esta remesa de savia nueva, de jóvenes profesionales que están llegando como un soplo de aire fresco innovando allá por donde van, con una implicación y compromiso magníficos.

Quiero agradecer también a cada uno de los trabajadores con los que coincidí, porque todos ellos demostraron una profesionalidad y una humanidad tal que me hicieron sentir como en casa. Nos conocíamos todos por el nombre, parecíamos una pequeña familia circunstancial, y eso no tiene precio, especialmente cuando estás tan vulnerable. A mis psiquiatras, Elena, María y Lorena, por haber dado en el clavo tan bien y en tan poco tiempo. Y, cómo no, al terapeuta ocupacional, Samuel, entre otros motivos, porque fue quien me pidió que redactara este artículo con el pretexto de usarlo él en la UHB, pero con la intención real de la que me doy cuenta ahora, de que yo haya podido digerir toda esta experiencia a través de la escritura de este texto.

Espero que, a estas alturas, después de haber leído mis impresiones y opiniones, estén de acuerdo conmigo en que, en realidad, la UHB del Hospital de Fuerteventura no gana de 1, sino que gana de goleada. 

 

* Gracias a Dácil Mujica Santana

DÁCIL MUJICA SANTANA
DÁCIL MUJICA SANTANA
MANCHETA 24 DE MARZO