Orientación crediticia: cómo logramos el decrecimiento - por Jason Hickel

 

Federico Aguilera Klink y Chema Tante recomiendan este artículo que propone una buena idea, pero que necesita un gobierno que gobierne y no unos comerciales de la banca obedientes. Y esto debería abrir de nuevo el debate sobre cómo las medidas de política financiera podrían enderezar las actuaciones productivas y comerciales, pero solamente se utilizan para mejorar las condiciones y beneficios de las empresas privadas, con absoluto desentendimiento de lo que conviene a la gente

Orientación crediticia: cómo logramos el decrecimiento

Jason Hickel *

Los estudios sobre el decrecimiento abogan por reducir la producción menos necesaria en los países ricos para permitir una descarbonización más rápida y revertir otras presiones ecológicas. Pero ¿cómo se puede lograr esto? ¿Cuál es el mecanismo? Durante muchos años, los economistas ecológicos abogaron por establecer “límites” al uso de recursos, reduciéndolos a niveles que sean compatibles con los objetivos ecológicos. Es una idea bonita en abstracto, pero sería un desastre implementarla. ¿Cómo se impone el límite? ¿Cómo se distribuyen los recursos dentro de él? ¿Quién recibe cuánto? 

Existe un enfoque más simple y eficaz: la orientación crediticia. La idea es imponer reglas que limiten la cantidad de financiación que los bancos comerciales pueden invertir en sectores problemáticos. Por ejemplo, la orientación crediticia puede utilizarse para reducir la inversión comercial en la producción de combustibles fósiles según un calendario anual vinculante, pero también puede utilizarse para reducir otras industrias destructivas e innecesarias: vehículos todoterreno, mansiones, cruceros, aviones privados, carne de vacuno industrial, plásticos peligrosos, moda rápida, armas, publicidad, etc.

Para comprender el poder de esto y por qué es necesario, tenemos que entender algo sobre el dinero. El dinero representa el control sobre la producción. Quien emite moneda, quien crea dinero, puede movilizar la producción para hacer lo que quiera. Este poder está en manos de los Estados y debe entenderse como un bien público. Después de todo, lo que está en juego es la movilización de nuestro trabajo colectivo y los recursos comunes de nuestro planeta. Pero bajo el capitalismo, el poder de creación de dinero está en gran medida en manos de los bancos comerciales, que crean dinero en forma de crédito cuando otorgan préstamos.

Mediante el poder del crédito, los bancos comerciales pueden determinar la asignación de la inversión y, por lo tanto, determinar lo que se produce. Toman estas decisiones basándose en la producción que sea más rentable, independientemente de si es beneficiosa o destructiva. Como resultado, obtenemos inversiones masivas en cosas como combustibles fósiles, carne de res y vehículos todoterreno, porque son altamente rentables para el capital, y una subinversión crónica en sectores necesarios como la energía renovable, la agricultura regenerativa y el transporte público, porque son menos rentables o no son rentables en absoluto. 

Esta dinámica es la que explica el hecho de que los países de altos ingresos –como Estados Unidos y Gran Bretaña– se caractericen por niveles extremadamente altos de uso de recursos y, sin embargo, no logren satisfacer muchas necesidades humanas básicas. Esto se debe a que la inversión está controlada de manera antidemocrática y no rinde cuentas a la sociedad en absoluto.

La orientación crediticia puede ayudar a resolver este problema. Necesitamos un marco ratificado democráticamente para orientar la inversión privada en función de objetivos sociales y ecológicos, en lugar de limitarse a la maximización de las ganancias. ¿Cuáles son nuestros principales objetivos y valores como sociedad? ¿Qué debemos lograr? ¿Qué formas de producción se deben aumentar para mejorar el bienestar humano? ¿Qué formas de producción son destructivas e innecesarias y se deben reducir? Estas cuestiones deben debatirse democráticamente y se debe establecer un marco de orientación crediticia en consecuencia. 

No se trata de una idea novedosa. La orientación crediticia fue un principio básico de la política industrial a mediados del siglo XX. Es la forma en que los Estados crearon industrias estratégicas, servicios públicos e infraestructuras nacionales cuando el capital no estaba dispuesto o no era capaz de hacerlo. Ahora que nos enfrentamos a la cuestión de cómo mejorar el progreso social y, al mismo tiempo, reducir el uso excesivo de energía y alcanzar objetivos ecológicos, es necesario que se plantee esta cuestión.

Así pues, olvidémonos de imponer límites como tales. Tenemos que fijar objetivos de reducción del uso de recursos, sí. Y luego utilizar la orientación crediticia para ajustar los flujos de inversión en consecuencia, hasta que se alcancen los objetivos.

Por supuesto, el crédito comercial no es la única fuente de inversión en la economía. Las grandes empresas también pueden recurrir a sus ganancias acumuladas para realizar inversiones. La industria de los combustibles fósiles es un buen ejemplo de ello: utilizan regularmente los beneficios extraordinarios para ampliar la producción o invertir en otras empresas que les resultan rentables, aunque sean claramente perjudiciales para la humanidad y el resto del mundo viviente. Esto no es aceptable. Las ganancias acumuladas se derivan de la producción que utiliza nuestro trabajo y nuestros recursos, y las inversiones movilizan nuestro trabajo y nuestros recursos. Deberíamos tener voz y voto democráticos sobre los objetivos de inversión.

Por lo tanto, el marco de orientación crediticia debería ampliarse para incluir también la orientación sobre inversiones. Las inversiones de las grandes empresas deberían estar en consonancia con objetivos, valores y prioridades ratificados democráticamente. Por ejemplo, en virtud de un acuerdo de ese tipo, las grandes empresas estarían obligadas a invertir una determinada proporción de sus beneficios en, por ejemplo, la expansión de la energía renovable.

Pero si bien las inversiones comerciales –ya sean de bancos o de grandes empresas– pueden aprovecharse para producir cosas que son menos rentables, no pueden aprovecharse para producir cosas que no son rentables en absoluto. Para eso necesitamos inversión pública. Cualquier gobierno que tenga suficiente soberanía monetaria puede emitir la moneda nacional para movilizar la producción y hacer cualquier cosa que necesitemos, sin importar si es rentable o no.  Este poder puede usarse para financiar una garantía de empleo, para construir servicios públicos universales, para aislar viviendas, para innovar tecnologías más eficientes, etc.

Aumentar las finanzas públicas de esta manera sólo conlleva el riesgo de causar inflación si la nueva producción pone a prueba la capacidad productiva de la economía. Pero ese riesgo se puede evitar por completo reduciendo otras formas de producción menos necesarias, y es aquí donde el marco de orientación crediticia ofrece un beneficio adicional: es un mecanismo de control de la inflación más poderoso –y menos destructivo para la vida de las personas– que las alzas generalizadas de los tipos de interés que nuestros bancos centrales utilizan actualmente.

Los desafíos que enfrentamos no son insuperables. Ya sabemos lo que hay que hacer, el problema es que no tenemos control sobre nuestras propias capacidades productivas y, como resultado, están lamentablemente mal asignadas. Este enfoque –orientación crediticia/de inversión y finanzas públicas– democratiza el poder del dinero y, por lo tanto, democratiza el poder sobre nuestras capacidades productivas colectivas. Nos permitiría acelerar radicalmente las mejoras en la vida cotidiana de las personas y los resultados sociales, y acelerar radicalmente el progreso hacia la descarbonización y la sostenibilidad ecológica.

A las otras herramientas más convencionales que los economistas ecológicos han destacado en el pasado, se deben sumar las estrategias de orientación crediticia. Una de ellas es la tributación progresiva, que puede reducir el poder adquisitivo de los ricos y su consumo innecesario. También se puede utilizar para apuntar a productos específicos (como productos nocivos o de lujo) que queremos reducir. La segunda herramienta es la legislación para prohibir la obsolescencia programada, aumentar la vida útil de los productos y establecer derechos de reparación. Juntas, estas tres herramientas pueden permitirnos lograr la reducción de escala específica que exige el decrecimiento.

Gracias a Omer Tayyab por sugerir la idea de la orientación en materia de inversiones. Gracias también a Charles Stevenson por sus comentarios sobre un borrador anterior. Hemos escrito en coautoría un artículo sobre la orientación crediticia publicado en Foreign Policy .

 

* Gracias a Jason Hickel y a la colaboración de Federico Aguilera Klink. Publicado originalmente en la web del autor

https://www.jasonhickel.org/blog/2024/8/20/credit-guidance-how-we-achieve-degrowth

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JASON HICKEL